Saturday, January 13, 2007

"AIGO BOUIDO" (FRENTE AL CAMPO DE ARGELÈS)



El 1 de febrero de 1939, tan pronto, se creó el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, reservado en principio para milicianos y soldados españoles. Toda la franja pirenaica fronteriza, sobre todo la región de los Pirineos Orientales (el Conflent, el Vallespir, el Rosellón y la Cerdaña), es decir la Cataluña Norte que fue cedida a los franceses tras el Tratado de los Pirineos, iba a acoger (digámoslo así) a los miles de refugiados catalanes y españoles que penosamente iban a conseguir cruzar la frontera durante esos meses. A partir de ese 1 de febrero empieza una desgraciada historia de confinamiento, vejaciones y muerte barrida por la tramontana y bañada por el salitre de las playas francesas.

La tía María y la prima Montse, por poner dos ejemplos, se habían quedado en Barcelona, sin avellanas ni pan blanco para sus sopas, corriendo a teñir una falda y una blusa de color azul mahón, a inscribirse en Falange Española y dispuestas a pasar el resto de sus días en el Hospital de San Juan de Dios remendando culeras de los pantalones tuberculosos de esos niños con los ojos como platos y el estómago hundido.

Pero la cuñada Ramona no. La cuñada Ramona, por poner otro ejemplo, tenía carnet de la C.N.T., del Sindicato del Transporte, un culo respingón y una convicción no demasiado decidida en la revolución. Había llegado hasta Figueres casi a pié, muerta de hambre, con el puño en alto y las alpargatas comidas.

Y había ido a parar, unos días después, a una escuela junto a la playa de Argelès para barrer, fregar y remendar como sus parientas, embutida en un mono tan azul como las faldas de la tía María y de la prima Montse y con la promesa del mismo mar, al menos con su salitre, tan cerca.

Allí, una moza provenzal, justiciera y azul como los monos milicianos, las camisas de Falange y, dicen, el futuro, ponía a cocer cada mediodía una sopa agraria y racial, disfrazada para la ocasión de sopa proletaria, el “aigo bouido”, con ajos fritos, romero, tomillo y laurel –un fantástico y, entonces, tremendo “bouquet garni”- y unos mendrugos de pan seco, casi gris, a la que añadía, a escondidas (para Ramona, que tenía el culo respingón), un huevo poché y dos chorros más de aceite crudo.

Ramona ya ni blasfemaba. Se quemaba la punta de la lengua, la lengua entera, se miraba las manos y se perdía con los ojos rumbo al mar, esperando que el viento de febrero, y luego el de marzo y, quizás, el de abril, barriera la memoria del hambre o apagara, al menos, el rancio de ese aceite, de ese agua casi salada, del pan gris.

1 comment:

manuel allue said...

A nuestro personaje (eso es, un personaje), le vamos a añadir el bol nunca lavado. Gracias, Nené. Entre todos estamos construyendo "ESA" fotografía culinaria. Y la publicaremos en papel. Amenazo.

Petons.