Sunday, July 30, 2006



ARROZ BLANCO

Asunción, Candelaria, Rosario y Consolación eran, además de las cuatro advocaciones marianas cordobesas, los nombres de pila de las cuatro primas madrileñas de mi amigo Mario, unas primas acres pero condescendientes, cariñosas con mi amigo, fervorosos miembros de la Sección Femenina de Falange Española, amantes de las tradiciones seculares, del baile español, de los bordados de La Alberca, los encajes de Camariñas y el arroz blanco. Por ese orden.

Asunción, la mayor, quizás la más piadosa pero también la más desalmada, había pasado varios inviernos en el castillo de Magalia, en Las Navas del Marqués, enseñando gimnasia rítmica y cocina fascista española a unas pobres provincianas que, desde Mondoñedo o desde Vinaroz habían llegado al gélido castillo de la provincia de Avila sobre todo a pasar frío y a quererse mucho las unas a las otras. Más que nada por solidaridad. Y por espíritu de resistencia. Pero un ocho de diciembre, día de la Purísima, y justo después de acabar la novena de la Inmaculada, Asunción perdió los estribos, rompió más de cien cartas de su amiga Rocío, una hermosa muchacha de Ronda que trabajaba en Granada, en la Comisaría de Abastos, se fue andando hasta la estación y se volvió a Madrid con sus hermanas. Definitivamente.

Allí las sometió a un estricto régimen vegetal y de casquería, alternado, adusto y proletario, y las martirizó a base de arroz "en blanco", sin huevo ni nada, caldo de berros, hígado de cerdo refrito y seco como una suela de zapato y sesadas enteras en medio del pato, a solas con una raja de limón.

Candelaria, Rosario y Consolación no reaccionaron. Ni bien ni mal. Todavía eran muy niñas y flechas de Falange y sobre todo huérfanas de madre, porque a la pobre doña Asunción no se le había ocurrido más que irse sola, con una tata ya mayor, al hotelito de San Rafael justo el 17 de julio de 1936, y no volvieron a saber nada más de ella y las niñas se pasaron la guerra en Biarritz y luego en San Sebastián, amamantadas por los cantos de guerra, las letanías del rosario y una leche aguada que tenía un gusto, al final, como de cartón.

C., R. y C., años después, se unieron mucho más en la desgracia y lograron ascender en Falange e incluso opositar a Montepíos, pero acabaron sin oficio, mal casadas y feroces cocineras, dispersas por varias provincias de España.

Mi amigo Mario está convencido de que el arroz de su primas, cocido con agua salada, recocido, con un diente de ajo crudo y un chorrito de aceite, añorante de huevo y de salsa de tomate, es un arroz íntimamente ligado a la milicia. A la paramilicia, en este caso. Lo llama "arroz Las Navas del Marqués" (símbolo, para él, de la resistencia femenina) y lo cocina, como nosotros, más que nada para recordar.

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