Tuesday, January 30, 2007

ARROZ DEL CONCORDATO




Don Isaías era un canónigo de nuestra Catedral, Metropolitana y Primada, de origen salmantino, propietario de unas buenas tierras por los campos zamoranos de Sayago, rubicundo, bastante melifluo, miope y mediocre profesor de latín. Lo tuvimos que sufrir muchas tardes de seis a ocho en su casa ente alargada y gris, con los pasillos llenos hasta el techo de cientos de libros y de miles de legajos (de los que prefiero ignorar su procedencia); una casa sorprendentemente limpia y como transparente, relavada por las manos de Sofía, su sobrina zamorana, medio muda, como escondida, muy pálida y con una nariz importante.

Sofía, además, cocinaba muy bien pero como si siempre fuera Cuaresma, lo que era muy del gusto de su tío, de poco ayuno pero de desmesuradas abstinencias. La devoción de ambos por el bacalao llegaba a límites insospechados, culminando cualquier día del año –un quince de agosto, por ejemplo, el día de la Virgen, con ese calor- con un invernal, pimentado y semanasantesco “bacalao a la tranca” zamorano del que nos gustaría hablar alguna vez, con ese aceite que lo ungüenta y esos cientos de ajos que lo perfuman. Con ese frío de primavera en el Reino de León y esa poca atención al Reino de los Cielos.

Por eso siempre aparecía, en cualquier ocasión y casi siempre sin excusa, el arroz de bacalao que don Isaías, en claro homenaje, había bautizado como “arroz del Concordato”, el acuerdo, por ponerle un nombre, entre España y la Santa Sede firmado precisamente el 27 de agosto de 1953, festividad de Santa Mónica.

Don Isaías no corría nunca para llegar puntual a coro a las tres de la tarde, la hora nona, pero en su casa se comía pronto, sin respetar demasiado ni la liturgia de las horas ni, como se ha podido ver, el calendario. Sofía lo tenía todo a punto, el morro de bacalao desalado veinticuatro horas en agua y veinticuatro en leche, que lo había aprendido de una tata portuguesa, zafia, peluda y muy buena cocinera. Así se esponjaba el bicho amojamado. Luego lo escurría muy bien, apretándolo con las manos y secándolo con un paño fino, lo desespinaba, lo desmigaba, dejándole la piel, y entonces lo rehogaba en un espléndido sofrito de ajos grandes, morados, comprados en la feria de San Pedro, cebollas blancas (esas de Figueras que dicen que las azota ferozmente la tramontana), pimiento rojo murciano, casi granate y con unas espléndidas vetas verdes, entreverado de sí mismo, y muchos tomates maduros o, según el tiempo, de los de colgar, resecos por fuera y de un rojo velazqueño, intenso y despiadado, por dentro. Lo removía bien, en silencio, casi sin pensar, echaba el arroz (lo vertía como si sembrara, llovía dos buenos puñados de arroz del Delta del Ebro como si de verdad lloviera, jugando a llover) y luego el agua, de una vez, y unos guisantes frescos (iba a llegar la primavera) y unas hebras de azafrán picadas en el mortero y desleídas con una cucharada de caldo.

El cardenal Arriba y Castro, nuevo en la Sede desde el año anterior y oronda, espléndida, metafísica (ontológica, mejor) y paramilitar figura del catolicismo español, llegaba al coro, cuando llegaba, siempre antes que don Isaías. La tarde se iba haciendo un poco más densa y el bacalao aún iba rondando el estómago complacido del canónigo. Tan aficionado a la astronomía como al sufijo “-ate” del español del siglo XV (decía “codoñate” en vez de membrillo, como don Cristóbal de las Casas), don Isaías no pensaba en otra cosa (en el bacalao, en el dulce de membrillo, en la Mecánica Celeste de Poincaré) cuando saludaba, mediante una reverencia medio esquiva, al señor Cardenal, que le daba besar, con un mohín, el Lignum Crucis.

Saturday, January 27, 2007

ACEITE Y HARINA (PAN)



“…mais tragerei un dormon,
e irei pela marinha
vendend’azeit’e farinha;
e fugirei do poçon
do alacran, ca eu non
lhi sei outra mezinha.”


Alfonso X el Sabio.


El Rey Sabio, primogénito de San Fernando y de Beatriz de Suabia, nació en Toledo el 23 de julio de 1221. Casó con la princesa Violante, hija de Jaime I, anduvo toda su vida de pactos y querencias, pero tuvo tiempo para dejarnos sus múltiples y hermosas Cantigas. En una de ellas, la encabezada con el verso Non me posso pagar tanto, guardada en el Cancionero de la Vaticana con el número 63, nos cuenta su melancolía y su desazón, ya anciano y abandonado por todos, y su deseo de costear, quién sabe si su propia vida, vendiendo aceite y harina para huir del malhadado alacrán, sus propios hijos y nieto.

Siete siglos después, y evidentemente con otra intención, Manuel Vázquez Montalbán escribió La cocina catalana, libro militante y, digamos, juvenil, de una consistencia, pienso ahora, algo espesa pero emocionante, como algunas salsas del Ampurdán.

Compré la traducción castellana del libro justo entonces, siete siglos, y poco más, después de la muerte del Rey Sabio, cuando mi atención iba más por consistencias de otro tipo, seguramente torpes pero más bien aligeradas por los pocos años y por el estreno de libertad (el pelo largo sobre los hombros, la ropa ancha y desgarbada y el billete de cubierta del barco de Ibiza a setecientas pesetas, sólo ida). Lo leí. Y me lo robaron. O se me perdió en el barco de vuelta Ibiza-Denia, unas quinientas pesetas (sólo vuelta).

He vuelto a encontrar esa edición de bolsillo de Península y vuelvo a estar emocionado (ya definitivamente sin pelo, con la ropa más oscura y los pasajes a Ibiza razonablemente caros) con el elogio del pan con tomate del escritor, el mejor que he leído nunca de cualquier pan, y con la divertida tesis de que “…alguna relación biogenética debe haber entre el pan con tomate y la abundancia de tenores líricos entre la población masculina catalana de todos los tiempos (…) entre el pan con tomate y el arraigo profundo de los catalanes con su tierra, un arraigo más sentimental que dramático…”


Más Ferrater (Gabriel) que Barral, un poco más Macià que Cambó y, desde luego, más Foix que Espriu, el pan con tomate tiene esencia, existencia y consistencia, para mí, absolutamente literaria. Y me encanta lo de la lírica: Il barbiere, Marina y La Santa Espina bañados, de una vez, con el rojo y espléndido jugo.

Thursday, January 25, 2007

JULIAN


El de los ojos verdes, como el aceite de Monterrubio de la Serena, amarillo-verdoso, afrutado, aromático, almendrado y con un sabor ligeramente picante.

Tuesday, January 23, 2007

MIEL SOBRE HOJUELAS



La tata hizo las perrunillas según la receta de Bernarda y le quedaron estupendas, un poco duras pero muy ricas. Le habían salido muchas, quizás porque era un poco atolondrada o porque era, como ella decía, un poco “desbalagadora”, algo así como proclive al derroche.

La tata era muy suya, “descancarraba” las puertas, “embastaba” las paredes y “engurrubiñaba” las sábanas al escurrirlas. La tata, además, era una nostálgica: de las guindas en aguardiente, del aceite de oliva, verde como lo ojos de Julián, y de la harina de centeno. Y así hacía las hermosas hojuelas, con nostalgia y naturalidad, como el almirante Nieto Antúnez los decretos-ley o Paco Camino las verónicas.

Batía los huevos, dos o tres, como para una tortilla. Mucho. Les añadía una puntita de sal, unas gotitas de aceite y harina hasta que conseguía una masa bien fina. La extendía con un rodillo sobre el mármol espolvoreado y las cortaba en redondo y dos o tres, muy pequeñitas (para mí), en forma de corazón.

Las freía, las escurría en un paño y las rociaba con miel de romero.

CINC D'OROS



Ayer falleció Pablo Bordonaba, librero barcelonés que capitaneó la nave de Cinc d’Oros, la mítica librería de la Diagonal. Como nos recuerdan puntualmente en su blog los chicos de Negra y Criminal, propietarios de la mejor librería de crimen (y, a lo mejor, de castigo) del país, de todos estos países, Bordonaba estuvo en Dopesa, luego en la librería Look, un “espacio cultural” espectacular que los de Planeta tenían en la calle Balmes (donde pudimos ver la primera exposición de los cuadros de un Miquel Barceló imberbe) y luego se jubiló, aunque continuó con su actividad amatoria con los libros. Con todos los libros.

Muchas cosas compramos en Cinc d’Oros, sobre todo en la década de los setenta, cuando nos desperezábamos, ¡tan jóvenes!, y confundíamos a Yeats con John Lennon y a Warhol con De Chirico. Es un decir. Y los primeros libros de cocina, mi edición de La cuynera catalana reeditada por Altafulla en facsímil, que nos gustó tanto, y creo que el libro de Rondissoni y los primeros y fantásticos de la colección Los cinco sentidos de Tusquets.

Sola se queda la memoria, cansada, de tanto recordar.

Monday, January 22, 2007

PERRUNILLAS



Siempre que salía a cuento, o cuando ni eso, alguien, en casa, recordaba la hermosa receta de las perrunillas extremeñas que la madre de una de las tatas le había enviado desde Don Benito. La receta, probablemente apócrifa, recreada mil veces, modificada a placer pero seguramente escrita en papel rayado y con una caligrafía torpe y enternecedora decía, más o menos, así: “RECETA DE LAS PERRUNILLAS DE LA VILLA DE DON BENITO. Huevos, según la puesta. Azúcar, al paladar. Harina, la que admita. Anís, si se tiene. Canela, si hay costumbre. Manteca, una miajita. Se amasan bien y se forman. Tu madre que mucho te quiere, Bernarda.”

Friday, January 19, 2007

BAVAROIS



La pobre tía Matilde, la falsa tía Matilde, la del arroz ¡Arriba España!, había ido perdiendo mucho con el tiempo. Perdiendo un poco de todo. Ya se vio que había sido franca partidaria de la Unificación de 1937, del Concordato de 1953 y hasta del ingreso de España en la ONU. Pero vivió mal el Concilio Vaticano, muy mal, y no le gustó nada la supresión de la Bula de la Santa Cruzada, que a ella le parecía muy útil, necesaria y de muy bonita tradición, ni que dejara de salir la procesión de la Virgen del Carmen, donde, desde siempre, habían desfilado sus hijos como legionarios del Niño Jesús de Praga y Matildita, tan guapísima, tres años vestida de Primera Comunión y hasta otra vez (¿o no era en la procesión del Carmen?) de enfermera de la Cruz Roja.

Tía Matilde estaba deprimida, rara, hasta el pelo se le había ido poniendo gris por la nuca y tenía que ir más a la peluquería y además ya nada era igual, las verduras ya no sabían como antes y las frutas con ese sabor a almacén, como revenidas. Tía Matilde no quería, claro está, que pasaran los años. Por eso se encerraba todavía más horas en la cocina y rezaba el rosario hasta de pié.

El otro día, hace ya de eso casi treinta años, vino a casa a tomar el té, a quejarse de todo y a pedir una limosna para la restauración de la capilla de San Nicolás de Bari, que está que se cae. Traía un dulce hermoso y amarillo, envuelto en un paño con sus iniciales bordadas en rojo y gualda, y una estampa de San Nicolás que parecía una foto, con las barbas del papel doradas con purpurina. Tía Matilde había hecho su profundo y ambarino bavarois con medio litro de leche, doscientos gramos de azúcar, cinco yemas de huevo y un palo de vainilla, removiéndolo todo muy bien hasta que consiguió una crema, a fuego tierno.

Luego, fuera ya de la lumbre, le añadió cuatro hojas de gelatina desleídas en un poco de agua tibia. Cuando la mezcla se enfrió sacó el rosario de golpe del bolsillo del delantal y al hacer la señal de la cruz se hizo un arañazo en la frente con el crucifijo de plata. Es igual. Será una señal. Se pasó un dedo ensalibado por la herida, añadió una taza de nata, un polvito de colorante y lo vertió todo en un molde de corona.

Iba a rezar el rosario por las intenciones del Santo Padre, Dios sabe bien, y no quiero pecar de orgullosa, que no demasiado claras (recitó, como si fuera una nueva letanía: “la misa otra vez en latín, el cura de espaldas y la Virgen del Carmen por las calles”). Se tocó la nuca, carraspeó, estiró el cuello y puso unos pedacitos de hielo alrededor del molde y en el hueco del centro, para que se enfriara bien.

Thursday, January 18, 2007

GARBANCITA



En su estupendo blog I+D en mi cocina su autora, Garbancita, tiene la delicadeza de dedicarnos hoy una fantástica ristra de anuncios televisivos de los años 60, más nutricios que gastronómicos, demasiado nutricios. Los años estaban para eso. Para engordar con “potitos” Blédine, con esa maizena que nos vuelve locos, con la estupenda, e inesperada, margarina Marianne o la mayonesa cuyo secreto, imagínate, “estaba en la Y”.

Pepa Flores, la Marisol de nuestros ensueños, seguía, a pesar de todo, bastante escuchimizada. Pero nos gustaba así.

Muchas gracias, Garbancita.

Sunday, January 14, 2007

PEACE AND I ARE STRANGERS GROWN



Mañana lunes, 15 de enero, y en sesión única, el actor Pere Arquillué pondrá en escena en el Teatre Lliure de Barcelona el espectáculo Fil de memòria para conmemorar el 35 aniversario del fallecimiento del poeta Gabriel Ferrater, que se cumplirá el próximo 27 de abril. El montaje poético y musical ya se había representado en el Teatre Grec de la misma ciudad en la temporada 96-97 y estará compuesto por una lectura poética completada con música de Henry Purcell y de Frederic Mompou, dos de los compositores favoritos del poeta.

Hace un momento le hemos concedido un respiro al silencio (¿puede respirar el silencio?) y ya vamos por el segundo acto de Dido and Aeneas, cuando el coro de brujas canta “Harm’s our delight and mischief all our skill”, en un estrepitoso revuelo. También fuimos alumnos de Gabriel Ferrater en 1972, sin estar matriculados, y le esperábamos ver aparecer cada ¿martes? con un clavel reventón en el ojal para adivinar sus ojos de resaca y escuchar embobados su discurso, tan culto, tan apaciguador, tan espléndido, sobre Josep Carner, el motivo del curso, sobre Purcell, sobre cigarrillos turcos, patés normandos y vinos alsacianos, casi sin distinción.

Pero todo el mundo sabe que ese día del mes de abril decidió no volver. Y nos quedamos desolados.

Marta Pessarrodona escribió en el mes de febrero de 1971 unos versos que serían, quizás, el contrapunto al Poema inacabat de Ferrater y que seguramente a nadie le hace falta que lo traduzcamos:

“…jo visc perseguida pel gin per un gin que no bec / i tinc por quan et veig adormit que no respiris que / ja sigui la mort sense metàfora…”

Sin metáfora, pues.

Saturday, January 13, 2007

"AIGO BOUIDO" (FRENTE AL CAMPO DE ARGELÈS)



El 1 de febrero de 1939, tan pronto, se creó el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, reservado en principio para milicianos y soldados españoles. Toda la franja pirenaica fronteriza, sobre todo la región de los Pirineos Orientales (el Conflent, el Vallespir, el Rosellón y la Cerdaña), es decir la Cataluña Norte que fue cedida a los franceses tras el Tratado de los Pirineos, iba a acoger (digámoslo así) a los miles de refugiados catalanes y españoles que penosamente iban a conseguir cruzar la frontera durante esos meses. A partir de ese 1 de febrero empieza una desgraciada historia de confinamiento, vejaciones y muerte barrida por la tramontana y bañada por el salitre de las playas francesas.

La tía María y la prima Montse, por poner dos ejemplos, se habían quedado en Barcelona, sin avellanas ni pan blanco para sus sopas, corriendo a teñir una falda y una blusa de color azul mahón, a inscribirse en Falange Española y dispuestas a pasar el resto de sus días en el Hospital de San Juan de Dios remendando culeras de los pantalones tuberculosos de esos niños con los ojos como platos y el estómago hundido.

Pero la cuñada Ramona no. La cuñada Ramona, por poner otro ejemplo, tenía carnet de la C.N.T., del Sindicato del Transporte, un culo respingón y una convicción no demasiado decidida en la revolución. Había llegado hasta Figueres casi a pié, muerta de hambre, con el puño en alto y las alpargatas comidas.

Y había ido a parar, unos días después, a una escuela junto a la playa de Argelès para barrer, fregar y remendar como sus parientas, embutida en un mono tan azul como las faldas de la tía María y de la prima Montse y con la promesa del mismo mar, al menos con su salitre, tan cerca.

Allí, una moza provenzal, justiciera y azul como los monos milicianos, las camisas de Falange y, dicen, el futuro, ponía a cocer cada mediodía una sopa agraria y racial, disfrazada para la ocasión de sopa proletaria, el “aigo bouido”, con ajos fritos, romero, tomillo y laurel –un fantástico y, entonces, tremendo “bouquet garni”- y unos mendrugos de pan seco, casi gris, a la que añadía, a escondidas (para Ramona, que tenía el culo respingón), un huevo poché y dos chorros más de aceite crudo.

Ramona ya ni blasfemaba. Se quemaba la punta de la lengua, la lengua entera, se miraba las manos y se perdía con los ojos rumbo al mar, esperando que el viento de febrero, y luego el de marzo y, quizás, el de abril, barriera la memoria del hambre o apagara, al menos, el rancio de ese aceite, de ese agua casi salada, del pan gris.

Wednesday, January 10, 2007

SOPA DE AVELLANAS MARGARITA NELKEN



Me he vuelto a acordar de Margarita Nelken y no me la puedo imaginar tan tranquila en el Ateneo, hablando del ciudadano Picasso, mientras los requetés, ya en Tarragona, acoquinaban a las pobres Marías, Ramonas y Montses, a cristazo limpio, y los moros se metían en las casas en tropel, en pos del mocerío o de cuatro amadeos de plata. Pero seguro que no estaba tan tranquila.

Lo cierto es que los nacionales ocuparon Cataluña con bastante facilidad, con muchos ruidos pero sin demasiadas nueces, y no me extrañaría nada que a la Nelken, antes de su conferencia, la hubieran invitado en cualquier casa, ¡menudo frío!, a una tonificante sopa de avellanas. Por ejemplo.

Cualquier tía María, cuñada Ramona o prima Montse, aún por desbrozar por los requetés y preparándose ya, precavidamente, para lo que había de venir, se había puesto a machacar en el mortero, de buena mañana, dos dientes de ajo fritos, dos o tres hebras de azafrán ligeramente tostadas en la sartén, una rebanada de pan frito (¡una rebanada de pan blanco!) y un buen puñado de avellanas tostadas. Estaban haciendo, quién sabe, la última picada de la revolución o quizás la primera del franquismo.

Luego lo vertían todo en una cazuela con el agua hirviendo, salaban, añadían el aceite de freír el pan y los ajos y dejaban cocer un buen rato.

Entonces empezaron las bombas, y mucho más ferozmente a partir del lunes 23 de enero. Tres días después las tropas del general Yagüe entraron por la Diagonal. Las sopas se quedaron frías de repente y fue muy difícil encontrar avellanas y pan blanco y aceite y azafrán en varios kilómetros a la redonda. Durante varios años.

Tuesday, January 09, 2007

¡FELICIDADES, NORA!



Y para celebrarlo de verdad, una de las recetas más escuetas y más geniales que he leído nunca, la del irrealizable Pastel Saint Honoré de Nicolasa Pradera: “Este pastel es de los más apreciados; es de bonita presentación: tiene el aspecto de un cesto redondo sin asas”. Tout simplement.

(cf. PRADERA, Nicolasa, La cocina de Nicolasa, San Sebastián, 1938, p. 338 y última).

Y un beso.

Sunday, January 07, 2007

LOLITA INTERRUPTA



Hace poco más de una hora el canal 2 de Televisión Española se ha permitido interrumpir, súbitamente y sin previo aviso, la proyección de la espléndida película de Stanley Kubrick para conectar en directo con el hotel Palace de Barcelona, donde se iba a proceder a la proclamación y posterior entrega del premio Nadal de narrativa. Justo en el momento en que Peter Sellers, travestido ya en el doctor Zempf, le propone un enloquecido plan al pobre James Mason, bastantes minutos después de que la crecidita Sue Lyon, la Lolita de Kubrick, le diera de comer el bacon del desayuno a su padrastro de una forma tan confusa pero, desde luego, fatal.

La oxigenada locutora del canal 2, además de interrumpirnos la película de manera tan dramática, ha estado a punto de no dejar hablar al presidente del jurado que, titubeante, ha leído el acta y ha proclamado el preciado premio. El doctor Vilanova, que lleva ya muchos años siendo miembro del jurado y mentor del Nadal, permanecía impertérrito en el centro de la escena, ajeno a la interrupción de la televisión y probablemente ajeno a otras cosas más notables. Finalmente el ganador, Felipe Benítez Reyes, con una contundente chaqueta de cheviot gris, una camisa de cuello desmesurado, un atropellado currículum cantado más que contado por la locutora y una indecisión algo más que invernal, ha agradecido el premio con unas breves palabras ajeno, también lo queremos suponer, al momento especial que estaban viviendo Peter Sellers y James Mason.

La flamante 63 edición del premio Nadal ha venido a trufar, y esperemos que no sea para mal, una historia que conmocionó a toda una generación de lectores, que descubrió a Nabokov a muchos de ellos y que escandalizó, ahora pensamos que tan castamente, al público de 1962, un año tan complejo y tan absurdo que, no sabemos por qué, siempre nos persigue. Larga vida al premio Nadal, de todas formas.

Friday, January 05, 2007

FARINETES



Mi amiga María Arnau, guapa y coqueta, tenía poco más de diez años cuando entraron los nacionales en Tarragona, el 15 de enero de 1939, justo el día en que Margarita Nelken daba su última conferencia española en el Ateneo de Barcelona, en la calle Canuda, sobre “Picasso, artista y ciudadano de España”.

La ciudadana María, más divertida que acobardada por los bombardeos, como casi todos los niños, se veía sin embargo sometida a la hora de comer al “castigo bíblico” (ella lo llama así) de las “farinetes”, la pobrísima pariente de la “polenta” piamontesa, de las “gachas” castellanas, de las “puchas” o “puches” extremeños y de otras papillas que fueron ilustrando esas infancias pobres en vitaminas y proteínas y excesivas en carbohidratos.

La tarde del quince de enero entraron primero los requetés, acariciándose los escapularios con la reliquia de San Francisco Javier y cantando, hasta enronquecer, ante los ojos entre asustados y divertidos de la ciudadana María, la copla casi programática que aullaba que “El que no esté conforme / que lo diga cara a cara, / que ya le contestarán / los de la boina encarnada”.

Más tarde entró un tabor de regulares y las cosas se empezaron a complicar pero a María le esperaban, como si nada hubiera pasado, las farinetes espesas y atragantadoras. En realidad nada había cambiado en su plato porque su madre, como siempre, había puesto a deshacer un buen puñado de harina de maíz en agua fría, trabajándola muy bien, y luego la había puesto a cocer a fuego lento, removiendo sin parar para que no se formaran grumos. Poco antes de acabar le añadía un chorrito estricto de aceite, si quedaba, y la sal, que eso sí. Y la hacía, según el día, la hora, la emoción o el cansancio, más fina o más espesa, como una sopa o como una sémola.

Luego el aceite empezó a escasear, el gobernador civil se puso a perseguir la lengua y muchas de las costumbres de María y de su madre y se acabaron las sonrisas durante un buen tiempo. Pero María, culta, esbelta y nostálgica, sigue recreando su “castigo” latino muchas veces, probablemente en solitario, y entonces me cuenta todas estas cosas, a nosotros que lo único que hemos conocido son los versos de Pedro Garfias, los del pobre don Antonio, muriéndose camino de Collioure, las fotos de Robert Capa y la Maizena, con ese niño obeso y papón pintado en el paquete.

Monday, January 01, 2007

WHILE MY GUITAR GENTLY WEEPS



Quizás porque somos unos sentimentales y, para colmo, unos pudorosos que disimulamos con el plural un respeto antiguo, anticuado y la mayor parte de las veces poco respetuoso con los demás.

Porque dejamos de leer todas las almenas que nos rodean, construidas de papel y cartón y a veces tela y pocas, la verdad, de piel. Las almenas para defendernos de ese exterior que no nos gusta (la poca literatura) y barricadas, también, porque luchamos contra otros que muchas veces no sabemos o no nos atrevemos a identificar.

Porque aunque todavía contamos los años como cursos académicos (de octubre a junio) enero parece que se abre a algo más que a un frío que no nos merecemos o a una resaca que nos hemos procurado torpemente.

Y porque rebuscamos con igual o semejante torpeza en nuestras barreras, en nuestras defensas, en nuestros muros librescos una excusa para seguir escribiendo, aunque sólo sea esto, con la memoria llorando tiernamente, como la guitarra de John Lennon, quién sabe por qué pecados de los que siempre estamos a punto de arrepentirnos pero que, sin embargo, cometemos. Torpe y tiernamente.

Por eso me recomiendo desmontar los parapetos, la pila de mi derecha y el viejo Caminando por las Hurdes, de Armando López Salinas, que nadie se atreve a reeditar, y debajo la Historia de una taberna, de Antonio Díaz Cañabate, que ése sí que lo está, reeditado, y las Minutas y recetas también llamadas Vigilia reservada, de Picadillo, y una estupenda Cocina para navegantes, coordinada por Marga Font, y la divertida Cocina cómica de Juan Pérez Zúñiga, que tampoco hemos empezado (a leer o, en otros casos, a releer), y en el templete junto a la cama El caballero del salón, de W. Somerset Maugham, del que nos hemos quedado, por casualidad, en la página 60, y Praga en tiempos de Kafka, de Patricia Runfolo, que promete ser estupendo, y Stultifera navis, de Josep M. Comelles, que estamos atacando con algo más que pudor, y El pasajero en Galicia, de Álvaro Cunqueiro, que lleva artículos que no conocíamos, y un estupendo Viaje a las Islas Baleares, de Gaston Vuillier, con unos grabados preciosos, y así hasta setenta y dos, los acabo de contar, sillares para mi amurallada mala conciencia.

Manuel Vázquez Montalbán decía en Contra los gourmets, nada más empezar el libro, que el sacerdocio de éstos, de los gourmets, es menos peligroso que el sacerdocio político o que el religioso. Por algo sería. El de los ávidos, los insatisfechos y los poco conmemorativos, como nosotros, es, desde luego, laico pero demasiadas veces incivil. De todas formas os volvemos a desear un hermoso año nuevo.