Monday, April 30, 2007

EL FLANIN, LA MALTA Y LA SACARINA



Solemos ser bastante aficionados a repasar textos. Tanto los que nos gustan como los que no. Tanto si hace frío como si hace calor. Porque somos aficionados a complacernos y a enfadarnos y a recordar lo que hicimos cuando los leímos por primera vez.

Ayer arrancamos un libro escondido entre otros pero en el lugar preciso. Camilo José Cela, como ya dijimos alguna que otra vez, nunca fue santo de nuestra devoción, ni siquiera beato, que eso sí que le hubiera gustado a él. Muy pronto se perdió en extraños vericuetos, más narcisistas que literarios, que le llevaron a ejercer de sí mismo hasta el resto de sus días. Y eso, visto ahora, no hace la menor gracia. Pero por eso mismo es un escritor citable. Altamente citable.

En ese librito (librito) de ayer contaba que su padre era un hombre que amaba, sic, “el lujo y el protocolo” y que odiaba “el flanín, la malta y la sacarina”. Lo decía con poco empaque (un poco avergonzado), pero lo decía. A nosotros tampoco nos gusta el flanín ni la malta ni la achicoria ni tampoco la sacarina. No nos gustan los sucedáneos. Ni los disimulos. Pero no hace tanto que no había demasiados huevos en las casas, ni café ni azúcar ni tan siquiera la debida esperanza para conseguirlos. No hace tantísimos años. Hace los justos. Pero en ese universo de flan chino “Mandarín”, de malta “La Cibeles”, de colorantes “Merceditas Zaragoza”, de sidra achampañada o de menús de sobras, flota algo, todavía, de nuestras memorias. Olvidadizas o prudentes. Pero contagiadas.

Seguimos escribiendo sobre lo mismo, como don Camilo. Más narcisistas que literarios. Pero a nosotros nunca nos darán el Nobel. Ni falta que le hace a la Academia sueca.

Thursday, April 26, 2007

MANGERECCIO



Hemos devorado, glotones, la última novela de Donna Leon, Suffer the Little Children, traducida al castellano con un título como una cabriola innecesaria. Nuestra novelista es mucho más lineal (e incluso literal) que la traductora y estamos convencidos de que en este caso más vale traducir que realzar, inventando.

Pero, en fin, Donna nos ha vuelto a traer a su personaje, el comisario Brunetti, a su cita anual con los fieles lectores tras quince entregas en las que ha habido de todo. Piezas memorables (Muerte en La Fenice, Acqua alta), entretenimiento más o menos criminal (y más o menos negro) pero siempre buena literatura de profesora de literatura, de observadora a veces mortal de sus vecinos, y de amante de la cocina. De la cocina italiana, además.

El comisario Guido Brunetti está casado con Paola, otra profesora de literatura, en la ficción, claro, de origen noble y buena cocinera. Casi todo (pescados, frutas, verdura) lo compran en Rialto y ejercen de cocineros / comensales del Véneto, respetando los usos, las costumbres e incluso los vicios regionales. O locales. Sus platos (e incluso sus recetas insinuadas) serían una buena guía para viajeros a Venecia atrevidos y un poco antropólogos. Para viajeros en otoño, por ejemplo.

Esta última novela de Brunetti no nos ha sorprendido. Y lo lamentamos. Nos hemos acostumbrado al comisario, a su esposa, a las calli y a los campi, a los despachos de la Questura, a los artículos de Il Corriere e incluso a los bares y las trattorias. Se han hecho demasiado amables y, lo siento, Donna, un poco blandos. Pero vamos a seguir esperando cada año una nueva entrega brunettiana.

A pesar de eso, o precisamente por ello, hemos anotado minuciosamente (es un decir) todos los menús que Paola le sirve a Guido, preferentemente a la hora de la cena, los almuerzos en las trattorias e incluso los tramezzini (los sandwiches) de los bares. La mujer del comisario prepara unos filetes de atún con salsa de tomate, aceitunas y alcaparras acompañados de arroz. Hay una receta muy simple de atún al romero, más o menos véneta, que se sirve frío tras cocinarlo al horno, bien lavado, fileteado y marinado, regado luego con su propio aceite y presentado sobre un lecho de rúcula. No sabemos si Paola le puso romero (la preciosa palabra “rosmarino”) pero debería de haberlo hecho.

Otra noche le prepara crespelle, una especie de empanadillas, rellenas de achicoria y pimientos amarillos. ¡Y de segundo! coniglio in umido, conejo estofado, y suponemos que con piñones, un emblema de la cocina familiar sobre todo del Norte. Luego vendrán un risotto con puerros y una dorada al limón. Pero donde la escritora realmente hinca el diente es en la descripción del menú de la cena del signor Priante, el malvado farmacéutico, el malo de la novela. Soltero, mayor, veneciano-provinciano, cena con su anciana madre gnocchi caseros, sin salsa, pechuga de pollo a la plancha y una pera. Es esa pera la que acaba de definir al tipo. Nada de vino, nada de grappa, nada de salsas. Maldad, vamos.

Tuesday, April 24, 2007

APOSTILLA



“Hay que sofreír según convenga al plato y, como no hay dos platos iguales, no puede haber dos sofritos iguales. El sofrito es una integración real de elementos heteróclitos”.

Josep Pla.

Glosario:

Apostilla. f. Acotación que comenta, interpreta o completa un texto.
Elemento. m. Fundamento, móvil o parte integrante de algo.
Heteróclito. adj. Irregular, extraño y fuera de orden.
Integrar. tr. Dicho de las partes: Constituir un todo.
Real. adj. Que tiene existencia verdadera y efectiva.

Notas:

La cita pertenece a Pla, Josep, El que hem menjat, O.C. 22, Eds. Destino, Barcelona, 2004, p. 110.

La fotografía pertenece a Miserachs, Xavier, recogida por Arena y Mar Miserachs en A l’Empordà, llibre de meravelles.

Ambas van dedicadas a Elvira y Anton París, lectores cuidadosos, cocineros atentos y buenos amigos.

El texto que intentamos apostillar, y muy respetuosamente, ya se lo pueden imaginar.

La traducción es nuestra.

Wednesday, April 18, 2007

OTROS LIBROS



El próximo lunes día 23 de abril se volverán a celebrar los fastos librescos de la primavera. Día del Libro, aniversario de la muerte de don Miguel de Cervantes y, en el santoral y en muchos corazones, día de Sant Jordi, patrón de Cataluña. Una especie de patrón civil porque es también el día de los enamorados a la catalana (“un libro y una rosa”) y la fecha de muchas de sus identificaciones políticas o, cuando menos, ciudadanas.

El Día del Libro se creó el 7 de octubre de 1926 para conmemorar el nacimiento de Cervantes, según un decreto firmado por Alfonso XIII. En 1930, justo un año antes de la proclamación de la II República, se pasó a conmemorar el fallecimiento del escritor, el 23 de abril, y desde entonces coincidió con el Santo Patrón, con algunos altibajos, intentos de recuperación de identidades nacionales y finalmente de estallido popular (en todos los sentidos) desde 1976.

Era un día gloriosamente adolescente y espléndidamente civil. La fiesta de la primavera en todo su esplendor, las primeras mangas cortas, la euforia universitaria del último franquismo (del ultimísimo) y una especie, ya lo hemos dicho, de fiesta del amor, del enamoramiento: del prójimo o de la prójima, de un país que iba empezando a hacerse luminoso, de los libros y de las rosas.

Pero “ese” día, y estoy pensando en los primeros setentas, tenía algo de ruta personal por el dark side de mi ciudad, Barcelona, que entonces todavía intentaba frenar el salitre en la plaza de Cataluña y que lo más próximo al mar que tenía eran las golondrinas que salían de Colón hasta el Rompeolas, el barco de Ibiza y los Baños San Sebastián en la Barceloneta. Amantes, pues, de lo irreverente, de lo inusual, y con ese candor de los veinte años, cumplíamos con los ritos pero haciéndole un guiño a la perversión (ingenua, liviana y bastante casta).

Era el día en el que nos paseábamos por los puestos de libros de las Ramblas, claro, e incluso hacíamos una visita ritual, más respetuosa que otra cosa, a Cinc d’Oros, a la Librería Francesa (a una de las tres) o a la antigua Catalònia, que se seguía llamando La Casa del Libro. Pero nos deslizábamos, casi en solitario, entre los anaqueles de nuestras librerías de lance preferidas. Entrábamos en todas las de la calle Aribau, alguna de Muntaner, siempre hacia arriba, para finalizar, cerca ya de las Ramblas, en la calle Canuda, donde sigue abierto uno de los santuarios locales del libro usado, leído, anotado y, por qué no, vivido. Del libro compartido.

Esos libros que no les gustan a muchos (hay quien ha dicho que no soporta su olor) pero que conservan para mí el mejor aroma, la huella, incluso la mancha del antiguo poseedor. Comprábamos entonces, y lo seguimos haciendo, más barato, más insólito, más utilizado. Y luego, casi a las doce de la noche, le pedíamos una rosa casi marchita a esa florista tan cansada y tan sonriente que nos había saludado con los ojos.

Tuesday, April 17, 2007

AL DI LÀ DELLA VITA



Les espiábamos por la ventana baja que daba al patio pare verles bailar, casi a oscuras y muy juntos, con los zapatos quitados para no hacer ruido, siempre a punto de estornudar porque la humedad nos iba subiendo desde los pies hasta el estómago, encogido, muerto también de frío.

Los mayores bailaban y bailaban y casi no se veía nada: bultos y melenas rubias o nucas casi rapadas y algún tímido tupé negro azabache, brillante. Al fondo sólo se veía iluminada una mesa hecha con unos caballetes y una puerta, cubierta con un mantel rojo bordado en blanco y limonadas, gaseosas, pepsis, brioches de jamón de York untados con mantequilla y panecillos de Viena en miniatura con fuagrás y otros con queso de bola y aún otros más de sobrasada. Contábamos las botellas y los vasos, intactos, una, dos veces. “Hay más de veinte vasos”. “Yo he contado veinticinco”. “¡Pero si sólo son catorce!”

Catorce hermanos mayores, siete chicos y siete chicas, de otros siete mirones, babeando ante las pepsis y las vienas de sobrasada y los brioches de jamón de York: “Al di là delle cose più belle / al di là delle stelle”.

Friday, April 13, 2007

MELANCHOLY (FROM THE CHEF´S TOUR)



Espléndida la foto de Asdrúbal Briceño de su serie Desire and the Other. Nos lo ha descubierto, como tantas otras cosas, Tomás Fernandez Cocinero cuya dedicación nos gustaría compartir. Tanto como su segundo apellido.

El chef melancólico (el chef agotado) es Carlos García.

Wednesday, April 11, 2007

CONSOMME CON DOS EMES



¡Ver claro!... ¡Ver claro! Sólo vería claro un puro pensador, que en vez de lenguaje usara álgebra, y que pudiese libertarse de su propia humanidad…

Miguel de Unamuno

Ya hemos ido contando lo aficionados que éramos en la casa paterna a leer a don Néstor Luján, elevado a la categoría de mito en el santuario personal de nuestro señor padre y cuyos acólitos periodísticos fueron, durante años, Carlos Sentís, Manuel del Arco y José Tarín Iglesias. Don Néstor dedica a las sopas y a los consomés –con una sola eme- un importante capítulo de su libro pickwickeano. Por algo será. Después de recordarnos que se trata, simplemente, del participio pasivo del verbo francés “consommer”, es decir, acabar, nos habla de la textual y horrible traducción por “consumado”, que ahora nadie recuerda pero que nosotros aún pudimos ver, quizás en los sesenta, en la carta de un pomposo restaurante de Bilbao y en una receta de “El Noticiero Universal” que me encantaría volver a encontrar.

Ese mismo periódico, el glorioso vespertino de Barcelona, nos contaba una tarde del invierno de 1957 la inclusión del libro de don Miguel de Unamuno Del sentimiento trágico de la vida en el “Indice de libros prohibidos”. Ya el arzobispo de Toledo, doctor Pla y Deniel, de infausta memoria, había dictado quince años antes un decreto condenando el texto porque “niega la existencia de Dios (…) y la inmortalidad del alma” y prohibiendo explícitamente que “ningún católico (pueda) editar dicho libro ni, sin especial permiso de la Santa Sede, venderlo, leerlo o retenerlo”. Yo entonces sólo tenía cuatro años pero la nota del Cardenal Primado, encontrada muchos años después, hoy mismo, señalando la página del “Consommé Royal” del Art de ben menjar no ha dejado de conmoverme.

Don Miguel no era un gran comedor, eso seguro. Pero a lo mejor el doctor Pla y Deniel perdía el oremus, textualmente, por una primaveral “cassola de calamarcets amb carxofes” (cazuela de calamarcitos con alcachofas) de la que seguramente hablaremos. Lo que también es seguro es que un alma noble, quizás devota de don Miguel (o, a lo peor, devota del Señor Cardenal) había deslizado el recorte de “El Noticiero Universal” (el entrañable “Ciero”) para que nosotros lo encontráramos precisamente hoy.

Pues he releído el texto de don Miguel, que no es nada del otro mundo. Y he hojeado un librejo de discursos y pastorales de Pla y Deniel. Ni una receta de cocina. Ni una sola referencia gastronómica. Ni siquiera del Cordero Pascual. Almas complicadas las de estos dos hombres, consumidos en sí mismos, como mis caldos, pero sin posibilidad de extraerles nada más que un jugo bastante extraño de carnes enjutas y poco piadosas. Y además, opuestas entre sí, como el congrio y la tórtola, pongamos por ejemplo.

Dejémosles en paz. Que ya ha cambiado el siglo y tenemos que poner a cocer todo lo posible (excluyendo el “kantismo” de salón de don Miguel y el fascismo converso del arzobispo) para empezar nuestras comidas brillante y saludablemente, con el frío del pasado bien enterrado bajo tierra y la esperanza (medio de ámbar y otro medio de gelatina) en la tibieza de un consommé Royal enfriado mientras tanto.

Wednesday, April 04, 2007

SERVE IT FORTH




Fotografía de Oriol Maspons
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