Tuesday, July 11, 2006
GAZPACHO PASCUAL DUARTE
El personaje de Camilo José Cela nació en Torremejía, "un pueblo perdido por la provincia de Badajoz (...) a unas dos leguas de Almendralejo...", como es bien sabido y de donde son (o pudieran ser) nuestros gazpachos, ilusorios y, ¿por qué no?, ilusionados. La villa de Torremejía sopecho que no ha hecho demasiado por el pobre Pascual Duarte, al contrario que su vecina Almendralejo con doña Carolina Coronado. Quizás se trate de que, aún hoy, la memoria de Pascual Duarte resulte un poco movediza y su historia, ciertamente, poco ha hecho por la promoción turística del lugar. Pero a las penas dicen que hay que darles puñaladas y eso es lo que hizo Pascual en apenas doscientas páginas y en el ya muy lejano año de 1942.
Don Camilo José, que una vez fue santo de nuestra devoción pero al que desde ya hace bastante tiempo le hemos apeado algo más que el tratamiento, escribió su mejor novela, sin duda, en ese año y, poniéndonos un poco tontos, diríamos que la única. Pues aunque se trata de un relato (más que de una novela corta) supera a toda su extensa obra posterior, que se consume a sí misma en varios y ensortijados fuegos fatuos y que, por qué no vamos a decirlo, enredan una madeja de personajes interminables y poco más. Incluso en "La colmena". No hay tema, aunque haya asunto y un incierto devenir.
Dejémoslo. Porque Pascual Duarte es otra cosa. Truculencias aparte, el San Pascual Duarte, el mejor criminal de la postguerra española, el más literario, el mejor heredero de esa tradición española de cuatro siglos, desde don Francisco de Quevedo hasta don Ramón Pérez de Ayala, come poco, seguramente mal y sin ninguna clase de aspavientos. Excepto en el banquete, que no es tal, de su primera boda con Lola: "Para las mujeres (...) chocolate con tejeringos, y tortas de almendra, y bizcochada, y pan de higo, y para los hombres (...) manzanilla y tapitas de chorizo, de morcón, de aceitunas, de sardinas en lata...". Brava distinción. Dulce (dulcísimo) y abstemio para las mujeres y salado y alcohólico para los hombres. Y poco más. Hambre, desde luego, la mayor parte de las veces.
Y, por supuesto, ni rastro del gazpacho, que se le supone. Parecido al de Carolina Coronado, que para algo eran casi vecinos, aunque con menos tomates, con más agua y seguramente con un poco más de ajo. Y el pan, cuando lo había, con corteza y todo. Pascual Duarte parece que engordó en su primera estancia en la cárcel de Chinchilla. Pero nada se sabe de lo que sucedió después, excepto de sus crímenes, y mucho menos de lo que pidió de comer, si es que pidió algo, cuando entró en capilla, antes de ser agarrotado. Aunque seguramente pidió algo espiritual, pero sospecho que salado.
El Excelentísimo Ayuntamiento de Torremejía parece que tampoco está por la labor. Ha convocado para dentro de unos días un concurso gastronómico en la plaza pero no hay ni rastro, de momento, ni del gazpacho de tomate, ajo, agua, aceite, vinagre, pan y sal, ni de Pascual Duarte, vecino de una España enfundada en sí misma pero de la que su rastro vivo (y su rastro muerto) sigue ahí. Pegado a las piedras, a las colinas, a los prados, a los rostros y quién sabe si a las costumbres.
Para nuestras citas hemos contado con la quinta edición de "La familia de Pascual Duarte", Eds. Destino, S.L., Barcelona, diciembre de 1951, p. 61 y 119.
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