Thursday, October 05, 2006

EL PRINCIPE Y LA CORISTA



EL PRÍNCIPE Y LA CORISTA

Me tienta pensar (con lo que quiero decir que siempre lo pienso) que todo esto no nos interesa más que a nosotros mismos, espectadores, normalmente nocturnos y tantas veces insomnes, de nuestros propios argumentos, si es que los hay, o, cuando menos, de nuestro discurso lector, observador o simplemente cotilla. Pues eso.

Hace un rato, delante de dos amigos (un amigo y una amiga), dos gin & tonic y un atardecer prodigioso, la verborrea ha estado a punto de dar al traste con la educación. Con nuestra cautela, por lo menos. Mi amigo, en una fugaz ausencia de la amiga común, me ha dicho, textualmente, que en el discurso de la ausente faltaban comas. No había pausa, los periodos, larguísimos, han resultado agotadores y, por qué no decirlo, los gerundios se encabalgaban y la charla, al final, no ha demostrado nada. Lo expuesto un poco porque sí resulta que no daba respiro. Y, al fin y al cabo, sólo hablábamos de política.

Así que pensando en que todo esto, con poca pausa, con una aparente prisa (¿nos vamos a morir mañana mismo?) y con esa especie de sinrazón, todo esto, digo, que tiene que ver únicamente con nosotros mismos, nos congratulamos de que Carlos Windsor, el heredero de la Corona británica, haya editado un hermoso libro de recetas junto a Johnny Acton y Nick Sandler para su compañía de productos biológicos, Duchy Originals. Libro que aún no hemos tenido entre las manos (¡esperemos, pues!) y que no nos resistimos a emparentar, porque sí, con el “The Pedant in the Kitchen” de Julian Barnes. Traducido no demasiado cuidadosamente por Jaime Zulaika para Anagrama (col. “Panorama de narrativas”, núm. 638), salió en España hace pocos meses y ya va a hacer tres años que lo hizo en Londres. Sin querer comparar (aún no tenemos cómo), y sin necesidad de hacerlo, el segundo inglés nos ha engañado miserablemente. Nos hemos dejado engatusar por Julian Barnes y esperamos hacerlo también por el príncipe Carlos.

El novelista no cuenta recetas sino anécdotas que no se las permitiríamos ni a Sofía Loren (que sí ha escrito un libro, o dos, no sé) ni a Jane Fonda (que no ha dicho más que tonterías sobre aerobic) ni siquiera a la extraordinaria Donna Leon que esa sí que cuenta cosas estupendas en su “Senza Brunetti” del que algún día, si no nos cansamos de todo esto, hablaremos. Y no nos da igual. El Barnes de “El loro de Flaubert” o de “Al otro lado del Canal”, esas magníficas piezas, no ha podido hacernos esto. Tres sonrisas, como resumen, y basta. Bromitas sobre los cajones llenos de cacharros inútiles, sobre los soufflés que no suben, sobre los invitados quisquillosos y sobre los tapones para el champagne. He acabado el libro hace tres días y no recuerdo prácticamente nada (lo estoy repasando).

Me alegro de que Barnes se acuerde de Oscar Wilde y del juicio contra el marqués de Queensberry y de la reina Victoria y de que el pesto debe de hacerse con albahaca fresca. Pero no puedo entender por qué al hablar de cocina lo hace de forma tan insulsa, tan “nonchalante”, tan poco explícita. ¿Es que para hablar de cocina ha de hacerse así?. DESDE MI COCINA, desde luego, me estoy aburriendo. Mortalmente.



P.S.: La corista, desde luego, somos nosotros.

1 comment:

Karen said...

Isso acontece muito comigo, especialmente com comentadores de textos filosóficos...