Sunday, March 11, 2007

PISTO A LA MODA DE CONCHITA ROVIRA



Conchita Rovira no era mando de Falange ni instructora de la Sección Femenina, ni joven de Acción Católica ni siquiera miembro de la Congregación Mariana. Conchita Rovira era huérfana de padre y parecía un poco huérfana de sí misma. Había aprendido a coser en la tienda de Singer de la avenida del general Mola, llevaba unas faldas un poco demasiado cortas para esas piernas tan delgadas y estaba enamorada, de verdad, de Ava Gardner. Y un poco, sólo un poco, de Mario Cabré. Trabajaba en una armería y más de una vez se le había pasado por la cabeza pegarse un tiro y acabar con todo.

Su madre no la ayudaba mucho, la verdad, le espantaba los novios y un día le había tirado por descuido una foto de Ava, con la firma impresa, que le habían mandado desde unos estudios de cine de Madrid. Al dorso había pintado un corazón y las iniciales A-C con un lápiz azul oscuro.

Conchita se quedaba sola a mediodía, al salir de la armería, porque su madre comía con una hermana, tres o cuatro calles más allá. Conchita hacía la comida y la cena juntas, de una vez, y luego se tumbaba en la cama turca a escuchar la radio y a pensar vestidos para el día de San Pedro. Conchita, además, estaba enamorada de las chuletas de cordero rebozadas y del pisto, que hacía con cebollas, calabacín, pimiento rojo y berenjenas, lo ponía a rehogar todo junto en una cazuela con un buen chorro de aceite y luego le añadía tomates escaldados y colados por el chino, con un poco de sal y de pimienta y una punta de azúcar.

Al cabo de una hora de cocer, y porque le gustaba, le añadía unas patatas fritas cortadas a dados, le daba unas vueltas y lo dejaba así hasta la noche.

Esa noche Conchita no tuvo ganas de cenar ni ganas de nada. Anduvo más de una hora mirando por la ventana, sentada en una silla baja y moviendo las piernas como una boba. Su madre se encerró a llorar en la alcoba y, ya casi a las once, cenaron sopa de coliflor, con cuatro garbanzos, y chuletas con pisto, en silencio y sin mirarse a la cara.

2 comments:

delantal said...

Muy bueno el texto y la foto.

manuel allue said...

Para esas mujeres de las que tú hablas está escrito. Conchita cocinaba con un mandil feo y arrugado. Pero cocinaba con pasión.

Gracias por tu comentario.