Sunday, May 03, 2009

GIOVINEZZA



Sigo empeñado con Andrea Camilleri, el autor de las novelas del comisario Montalbano del que creo que ya hemos hablado otras veces, y con sus “otras” novelas, relatos e incluso ensayos que viene publicando muy bien en español la editorial Salamandra (muy bien traducidos).

Ahora ando, entre otras cosas, con una especie de diccionario de la Mafia, de la a, de affari (negocios) a la v de voi non sapete (vosotros no sabéis), que es el título del espléndido libro basado en los mensajes mecanografiados que el capo de capos Bernardo Provenzano, detenido en 2006 tras ¡cuarenta y tres años! de vivir en la clandestinidad, enviaba a sus ejecutivos, ejecutores y familiares.

Pero ayer me merendé en dos sesiones, no demasiado largas, el magnífico relato llamado Privado de título que cuenta el asesinato de un miembro del luego partido fascista, en los años veinte, a manos, presuntamente, de un militante del partido comunista y del fantástico proyecto de una ciudad jardín llamada Mussolinia, en Sicilia, que nunca se llegó a construir y que resulta uno de los episodios más divertidos que he leído últimamente.

Con la excusa de una visita del Duce a Caltagirone, en el sur de la isla, el consistorio decide ofrecerle un regalo consistente en una urbanización modelo que lleve su nombre. A toda prisa se acomete la tala de un bosque de alcornoques para que Mussolini ponga la primera piedra, que queda ahí. Antes de eso le ofrecen una cena en el ayuntamiento iniciada por un “consumè al Tricolor” y culminado por un “dulce de temporada” a base de cassata. El Duce duerme mal, ¿por culpa de la cassata?, o porque a lo mejor no ha logrado componer debidamente su conocida “mirada cesárea” ante tamaño auditorio. La historia continúa y tiene un final espléndido, que no voy a contar, y que recuerda a esas columnas y arcos de cartón piedra que se construyeron en mi pueblo para recibir, algunos años después, al conde Ciano como embajador de la romanidad en una de sus provincias, ésta precisamente. El conde Ciano regaló al entonces alcalde de mi pueblo una escultura de tamaño natural del emperador Augusto que luego desapreció misteriosamente y que otro alcalde franquista, años después, mandó fundir en bronce y ahí sigue, muy cerca de donde escribo y señalándome con el dedo enhiesto, en dirección a Roma (yo quedo más o menos en medio, a medio camino entre el franquismo y la romanidad).

Lo que nunca he conseguido saber es lo que comieron el conde Ciano, el ministro Serrano Súñer, el señor alcalde y a lo mejor alguno de mis parientes, tras saludar a la romana a mis exiguos y acongojados vecinos. ¿Ensaladilla nacional? ¿Arroz rojo y gualda?.

10 comments:

El Cocinero Fiel said...

Supongo que filete ruso tampoco

manuel allue said...

Seguro que no. Ahora que lo pienso podría haber sido algo a la romana (calamares o merlucitas) y un ponche Imperial. Por ejemplo.

aparis said...

En el internado de tu pueblo donde pasé unos años (de mejor recuerdo cuanto más me alejo de ellos), al rebotillo de huevos y tomate le llamaban “bandera nacional”. Los internos lo rebautizamos como “mierda de rata”.

Todo debió de empezar ahí.

manuel allue said...

Muy bueno lo de los huevos revueltos. Queda registrado.

starbase said...

¿Sepia?

Es oir Serrano Suñer y se me pone todo sepia.

manuel allue said...

Con un ribete más bien ancho de color azul mahón.

DESPERTAFERRO said...

Manolo: he leído esta novela de Camilieri y la verdad es que me gustó. Me sirvió para hacer un paréntesis y dejar a Montalbano comer tranquilo unos salmonetes berber unas grappas y dar ese paseo por el muelle tan reparador y clarificador de ideas.
Serrano Suñer (o Súñer) como a él le gustaba como forma de descatalanizar su apellido tenía parientes en Reus, esos parientes fueron los valedores de nuestro admirado Solé Barberá para que le fuera conmutada la pena de muerte.
Esos fascistas afeminados que visitaron tu pueblo intentando emular a los conquistadores romanos seguramente comieron mal, estoy convencido y ni siquiera fueron capaces de beber vino del Priorato. Propongo la siguiente hipotesis: Los calamares a la romana (desconocidos en Roma) para agradar a Ciano son una posibilidad, de segundo y para no repetirse fritada de pescados y mariscos, para aumentar el consumo de bicarbonato sódico. Que les dén

manuel allue said...

Pues sí, que les den o que les dieran, que a alguno de ellos sí le dieron (aunque no específicamente por detrás).

Me gusta eso de dejar tranquilo a Montalbano y sus salmonetes, sus aceitunas y su queso caciocavallo. Yo también le suelo poner cuernos con otros y con otras aunque la última novela de Donna Leon, por ejemplo, no me ha gustado nada. He dejado de creerme al comisario Brunetti: no es verdad y empiezo a sospechar que no lo ha sido nunca. Un comisario pijo que lee a Cicerón mientras Montalbano lee a Simenon y a Manolo Vázquez.

En fin, que se me ha ido la olla entre mis quereres y mis deseares: voy a hacerme una tortilla de alcachofas y una ensalada de tomate y pepino y a acabarme un culito de mi vino a granel preferido, de la Terra Alta, pretendidamente blanco (mi bodeguero lo llama así) pero de un color brandy tirando a frambuesa (o al revés). Buenísimo.

DESPERTAFERRO said...

Buen menú, Manolo aunque tengo que objetar sobre el pepino. No lo soporto. Sólo lo puedo ingerir si es de conserva y sabe mucho a vinagre.
Del asunto del vino tenemos que hablar ya que los blancos de toda la vida están perdiendo musculatura y virilidad, parecen agua de colonia. Los verdejos han dado al traste con los vinos de Rueda ¿cúales serán los próximos?
Habrá que montar una brigada de choque que ponga fin a todas las plantaciones de verdejo y volvamos a tener vinos blancos comme il faut. Con un par.

manuel allue said...

Recordaba lo del pepino pero no te voy a convencer de que lo peles y lo dejes un buen rato en agua con sal y un chorro de vinagre. Luego, seco, lo puedes aliñar como quieras y no repite. O al menos eso me parece.

Yo sé muy poco de vinos y me dejo guiar siempre por mi bodeguero. Es un tipo muy entusiasta y no me engaña nunca. Será porque le compro poco vino.