Friday, September 15, 2006
¡HAPPY BIRTHDAY, AUNT AGATHA!
Hoy se conmemora el ciento quince aniversario del nacimiento de Agatha Christie, que no es una cifra muy vistosa pero, qué le vamos a hacer. Aunque según otros se trataría del ciento dieciséis, puestos a evocar (a felicitar, a dar la bienvenida), puestos, en fin, a escribir, tía Agatha es una excusa espléndida. Compañera inseparable de ataques de acetona infantiles, de anginas adolescentes y de viajes juveniles en tren (¡esas “Librerías de Ferrocarriles” españolas, que tanto hicieron por la letra escrita en tiempos menguantes!), la señora Christie, como esa otra parienta suya de la que ya hemos hablado, tía Patricia Highsmith (me odiaría porque la llamásemos “tía”), daba poco de comer a sus personajes.
Poco, muy poco se come en las novelas y los cuentos de la inglesa. Se toma té. Mucho té con bollos y sándwiches y pasteles. Y café, ¡tantas veces envenenado!. Black cofee y una copita de oporto (con estricnina). Los personajes de Agatha se suelen contentar, como los de tía Pat, con un bistec “excelente” acompañado de una bandeja de patatas chips, lo que cenan Mr. Satterthwaile y Mr. Quin en la Hostería del Bufón del “Misterious Mr. Quin”. Pero hay excepciones, desde luego, e incluso personajes culinarios. Hércules Poirot, el famoso detective belga, tiene un eficiente cocinero y ayuda de cámara, George, que en “After the funeral” (1955) sirve al detective y a su invitado, Mr. Entwhistle, un paté de foie gras como aperitivo y, ya en la mesa, un lenguado “Verónica” (filetes de lenguado con queso verónica, una especie de roquefort), escalopes a la milanesa y, de postre, una “poire flambée” absolutamente continental.
Años antes, en 1930 y en el mismo “Mr. Quin”, Mr. Satterthwaile tiene a su servicio a un “cordon bleu” que le cocina los mejores menús del Continente, ese sí, ¡aunque se sigue relamiendo con el bistec + chips!. Nuestra tía postiza nos relata (o cita, simplemente) un pudding de riñones (“Los trabajos de H.P.”), un Château Mouton Rothschild que el belga ofrece al doctor Burton, las múltiples (o a lo mejor es la misma) lengua de vaca de “Diez negritos” o los huevos con bacon y sidra del Devonshire en “The Big Four”. Pero lo que realmente le divierten y lo que finalmente son útiles son los venenos. En esa última novela, Mayerling, agente del Servicio Secreto, muere por inhalaciones de ácido prúsico. Pero luego Agatha añade opio a un curry, anestesia a un personaje con cloruro de etilo y despacha a otro con gelseminina, una variedad de estricnina.
Nuestra feroz tía, wagneriana confesa, sobre todo en ese espantoso y confuso relato casi final que es “Passenger to Franckfurt”, que es una pena que hubiera escrito (¡la edad!), suele hacer pagar caros los errores a los Tristanes y las Isoldas de sus novelas. Confita o adereza sus cafés y sus currys con cianhídrico, con cloral, con cianuro de potasio o con opio. Condimentos nada desdeñables según se pongan las cosas.
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2 comments:
La lectura de las novelas de la tía Agatha me acompañaron en la pubertad,entonces todas esas reseñas gastronómicas me parecían de lo más raro.
Te y sandwiches !qué asco!
Con nuestra querida tía postiza compartimos bastantes cosas: fiebres, otoños nublados y tardes de domingo excesivamente provincianas (con te o con café con leche). Yo, por si acaso, lo sigo haciendo.
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