Tuesday, December 12, 2006

LA TAZA DE TE (DERRAMADA SOBRE LA MEMORIA)



De mi teléfono móvil. Y textualmente. Me arruinó la tarde del domingo, el teléfono insólito, casi de colección (un Philips 535 GRPS), y estuvo a punto de dar al traste con mi precaria estabilidad de domingo por la tarde. Para colmo el té estaba casi hirviendo, con una gotita de leche y ¡con azúcar!. Pero esta heladora mañana de lunes mi proveedor, digámoslo así, un pingüinillo resacoso de diecinueve años que no ha dejado de toserme encima durante casi media hora, lo ha arreglado todo con un Nokia 2310 vulgar como la vida misma (la sección vulgar de esa vida) y de un color tirando a cobrizo. Y he colocado mi philips en la vitrina de restos arqueológicos, en una de ellas, la de los vestigios, junto a un ejemplar de “La cuynera catalana”, un facsímil, y el “Anecdotario histórico” de don Natalio Rivas Santiago, del que un día hablaremos, y sin piedad.

Pero ayer tuve la prudencia de apoyarme en mi biblioteca, y también textualmente, para intentar poner remedio a mi desesperación. En el segundo tramo del pasillo de entrada, al que me gusta llamar, pomposamente, el distribuidor y que, como se verá, no distribuye prácticamente nada, tengo un mueble enorme, una vitrina cerrada, con mis libros de gastronomía, relatos de cocineros, cocina histórica, biblias más o menos suntuosas (biblias culinarias) y rarezas del siglo XVIII (dos), XIX (varias) y XX (casi todas las demás). Al lado, pegado, hay un mueble alto, de oficina, con muchos anaqueles, donde se amontonan, así es, recetarios situados por regiones gastronómicas, lo cual es tan vago que me permite cualquier locura. ¿Por qué la marquesa de Parabere no puede estar al lado de Robouchon o el señor Rondissoni junto a “La guide Marabout de la viande”?.



En fin, que un poco más a la derecha hay otro mueblecito donde están las bebidas, los recetarios de cócteles, algún tratado de vinos (pocos), una especie de homenaje al agua de Solares, una monografía francesa sobre venenos (aunque también los hay sólidos y gaseosos) y algún libro sobre el té. Dos sobre todo. Hace tres meses comencé un post sobre el té que abandoné porque me empezaba a quedar cursi y redicho. Todo porque me había comprado la edición castellana de “El libro del té” de Okakura Kakuzo que estaba traducido por Ángel Samblancat, periodista punzante, novelista desigual, diputado de las Cortes Españolas en 1931 por Esquerra Republicana de Catalunya, magistrado del Tribunal de Cassació durante la Guerra Civil, exiliado en México desde 1942 y tío-abuelo de una buena amiga nuestra. Manuel Azaña le llamó “energúmeno” en uno de sus diarios (o en las Memorias, no recuerdo) aunque lo cierto es que don Manuel perdía los estribos fácilmente con los republicanos catalanes, los estribos políticos y los literarios.

Así pues, me armé de valor (es un decir), y releí no la traducción de don Ángel sino la de Carles Soldevila, que es muy delicada y además está exquisitamente ilustrada por Will Faber. Una reedición, desde luego. Me hice un té nuevo (dos, tres) y volví a subrayar, frenéticamente, la máxima de Lao Tse: “El cielo y la tierra son implacables”. Y me dormí pensando en mi viejo teléfono móvil, exiguamente amortajado junto a la momia de don Natalio.

2 comments:

xallue said...

Will Faber le regaló a tu sobrino A. el dia que nació, un ejemplar del "El libro del te" dedicado.

manuel allue said...

Me fastidia tener que suprimir comentarios pero casi siempre se trata de espantosos envíos from the USA asegurándonos que, incluyendo su publicidad, ganaríamos cientos de miles de US dollars. Yo no les hago caso y prefiero envidiar a A. por su libro dedicado por el estupendo Will, que sé que era vecino vuestro, o casi, que lo apreciábais, que sigue siendo uno de los grandes pintores que buscaron el ¿exilio? mediterráneo y que la memoria olvidadiza de este lado del paraíso lo ha convertido en esa rara ave (del paraíso) que cuando cambien otra vez al director del MNCARS seguramente le dedicará una exposición.

Y, como estoy escritor, sigo: hay un número extraordinario de Papeles de Son Armadans, la revista de C. J. Cela (cuando todavía era un escitor decente, más o menos), exactamente de febrero de 1974, dedicado a Faber, con ilustraciones suyas y textos de Carlos Areán, de Corredor-Matheos, de Westerdhal, que seguramente se podría reeditar. El "tono" es estupendo (lo tengo aquí delante) y se dicen cosas magníficas y completamente vigentes.

Nada más (hablaremos otro día de Will Faber, de Carl Van der Voort, de Ivan Spence, de los Parcerisas y de toda esa tribu ibicenca de los años setenta).