Thursday, August 23, 2007
AMAMI, ALFREDO
Giuseppe Tomasi, duque de Palma y de Montechiaro, príncipe de Lampedusa tenía la mirada firme, el mentón caído, la sonrisa fácil y la pluma espléndida. Murió en Roma en 1957 sin ver publicada su novela Il Gattopardo, una de las mejores del siglo XX y, seguramente, del siglo XIX.
Hace unos días el mundo literario ha conmemorado el cincuentenario de ese fallecimiento lento, lejos del Monte Pellegrino. Su personaje, él mismo, el príncipe Salina, había muerto, en su novela, postrado en un hotel delante del mar, sin tiempo para llegar al palazzo tras haber viajado por las Dos Sicilias, después de comulgar sin levantar los ojos y pasando una revista final, por ese orden, a sus haciendas, su mujer, sus hijos, su sobrino, caro Tancredi, y sus perros.
Visconti hizo el resto (y un poco Burt Lancaster y otro Alain Delon y Nino Rota con la música y Piero Tosi con los vestidos) y la memoria ha querido olvidarse (porca!) de la ironía, la elegancia, el tempo estricto y maravillosamente novelístico del palermitano para recordar la sonrisa de Claudia Cardinale (un poco tosca, perfecta), las manos enormes de Burt Lancaster y ese rugir de sedas y de organzas al que Visconti obligaba a “hacer sonar”. Y bastante polvo, que lo hay en ambas, en la novela y en la película.
En el baile de los Ponteleone, que ocupa todo el capítulo VI, aparece el segundo momento gastronómico, perfecto y colorido, culto y refinado, de la obra. Tras los primeros bailes el príncipe se acerca al buffet servido en una larga mesa decorada con los doce candelabros vermeil que el abuelo del anfitrión había recibido como regalo de la corte española al finalizar su embajada en Madrid: “(…) coralinas de langostas hervidas vivas, céreos y gomosos los chaud-froid de ternera, de tinte de acero las lubinas sumergidas en suaves salsas, los pavos que había dorado el calor de los hornos, los pasteles de hígado rosado bajo las corazas de gelatina, las becadas deshuesadas yacentes sobre túmulos de tostadas ambarinas (…) las gelatinas de color de aurora y otras crueles y coloreadas delicias”. Pero el príncipe rechaza todas esas crueldades (¿hay algo más terrible que la “bécasse sur canapé”? ¿las alondras al champagne?), Salina se acerca a las tables à thé con los postres y suspira, feliz, ante los Monte Bianchi de nata, los beignets Dauphin, las montañas de profiteroles con chocolate (“pequeñas colinas”, dice) y algo espléndido e intraducible: los “Triunfos de la Gula”, verdes de pistachos, los alfóncigos sicilianos. El príncipe se ha hecho mayor. Y ghiotonne.
Dos años antes, en plena revuelta garibaldiana, la familia viaja al final del tórrido verano hasta el palacio de la aldea de Donnafugata, en el interior de la isla. El viaje por caminos polvorientos, abrasados por el sol, ha durado varios días y el polvo milenario no hace más que impedir los fru-frús de las telas, sucias las sargas, ajados los botines, acartonadas las sonrisas y las bromas, acalladas. En el palazzo espera una cena esplendorosa (los cocineros han llegado dos días antes), meridional, rococó como la sala, como el pasado, incluso como el recato de las mujeres o la altivez de los hombres: un altísimo timbal de macarrones llevado por dos criados con librea sobre una enorme bandeja de plata. Y ahí, nuevamente, el rumor de los olores (y el olor de los rumores). “… El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela (…) los menudillos de pollo, los huevos duros, las lonchas de jamón, los pedazos de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuyo extracto de carne daba un precioso color gamuza”
Poco antes de la cena, recién lavados y a pie, el príncipe y su familia habían acudido a la parroquia, según costumbre ancestral, para escuchar un Te Deum. El organista, Ciccio Tumeo, compañero de caza del príncipe, nada más abrirse las puertas a Su Excelencia había acometido, furioso, los primeros compases del Amami, Alfredo.
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10 comments:
decadente y hermoso menú.
Tengo por ahí una selección de Zweig que no le anda a la zaga.
Paso por lo tuyo de camino a París, no he fotografiado muchos de todo lo que me ha cundido gastronómicamente el verano, pero veré qué puedo remendar para el delantal.
Mucha calma tengo ahora.
Un abrazp
Espero, ansioso, lo de Zweig y tus menús veraniegos.
¡Bendita calma!. Muchas gracias y bon voyage!
Mientras tanto, hoy nos ha dejado Bruno Trentin.
Cuando Trentin y los otros partisanos de Giustizia e Libertà entraron en acción Lampedusa ya no representaba a nada o a casi nada. En 1934 le nombraron presidente de la Cruz Roja siciliana, una bomba de la aviación inglesa destruyó su "palazzo" de Palermo y siguió siendo un solitario (lector y luego, tarde, escritor). Se había desengañado del fascismo muy pronto, como muchos intelectuales, pero luego fue tachado de decadente, ya en los cincuenta, por los editores y por algún crítico.
Precisamente el retrato que hace en su novela de la aristocracia ochocentista, de los garibaldianos (¿o garibaldinos?) y de la nueva burguesía nacida al amparo de rey Vittorio Emanuelle es uno de los más exactos del siglo XX, porque lo escribió "desde dentro", porque era "su" clase. Claro está que no les gustó nada a los comunistas italianos. O poco. Pero ya han pasado muchos años desde que murió Lampedusa y su legado sigue siendo imponente. Parco pero imponente.
De todas formas, Despertaferro, mal día para hablar de borbónicos y emanuelinos.
Munuel JulioMucho me temo que no hablamos del mismo Trentin.
Bruno Trentin, nacido en Pavia, estudiante en Harvard, economista,partisano, sindicalista (sec gral de la CGIL, diputado comunista y autor de varios libros y amigo de España.
Le conocí en Barcelona en un acto organizado por mi amigo José Luís López Bulla, en enero del 2006.
tenaz fumador de pipa le gustaba hacer recorridos en bicicleta. el año pasado durante las vacaciones sufrió un accidente que le ocasionó en hematoma cerebral del que se recuperó pero ya no volvió a ser el mismo joven Trentin con sus primeros 80 años cumplidos.
Una auténtica pena.
Yo creo que sí, Despertaferro. Lo que pasa es que ahora que lo releo no se entiende muy bien el comentario. El Trentin partisano, luego diputado comunista y del que sé algunas cosas, pocas, no tiene nada que ver con Lampedusa que es al que nombraron presidente de la Cruz Roja y todo lo demás. Cuando Trentin tenía veinte años Lampedusa ya era un cincuentón desengañado.
Que descansen en paz ambos, si es que eso puede ser.
Decadentes eran los menús, y rococós también.
Nunca he entendido la pasión de la alta cuisine por encerrar cosas en ladrillos de gelatina. Terrinas lo llaman.
Plástica la costumbre, que ha acabado por llevarnos croissants a los imanes de la nevera.
Lo malo de tu blog, es que me sirve para ir ampliando la lista de las cosas que debo leer. Tú egues malo.
Me encanta la gelatina, los aspic, los marshmllows, me transportan a algo prohibido y cien veces deseado. Y no sé por qué.
Hola!
Te he recomendado en el BlogDay 2007.
Un saludo.
Muchas gracias, Tzesire, por tenerme en cuenta.
Saludos cordiales.
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