Thursday, October 11, 2007

CARPACCIO DE SIRENA, CEVICHE DE PEZ OBISPO



En el no tan lejano año de 1984 nuestro admirado y admirable Joan Perucho publicó un sorprendente texto titulado Breve fabulario de animales marinos donde daba noticia de algunos monstruos marinos que se seguían recreando desde la antigüedad. El texto estaba incluido en un catálogo bastante excepcional para la exposición La Imatge de l’Animal, comisariada por Juan Muñoz, uno de los artistas más interesantes del último siglo XX, desgraciadamente desaparecido, y que tuvo lugar en aquel año en la sede de la Caixa de Barcelona.

El texto se sale, como acostumbraba Perucho, del contexto. Escribir en un catálogo de arte antiguo y contemporáneo, simultaneados, sobre fábulas marinas nos enseña la frescura y hasta el descaro de su manera de hacer. De su espléndida manera de escribir. Y comienza con los tritones, las nereidas y las sirenas “que permanecen”, dice, “peinándose la cabellera rubia” (traducimos del catalán) “y cantando milagrosamente posadas en un arrecife”. Las supone rubias y la supone mujeres. O sea que son poco pez y, desde luego, poco pescado. Porque también hay sirenas hombres, claro está, con aletas en vez de brazos y cabeza de recaudador de contribuciones o de fiscal de tasas, cosas poco poéticas y mucho menos comestibles.

Cuenta de una sirena que fue pescada con red en el fiordo de Bergen. Se la regalaron a rey Hiorleifo y éste le rogó que cantara. Pero como la voz “no le resultaba melodiosa” la depositó en una bañera y a la mañana siguiente vieron con asombro que se había disuelto dejando tan sólo la espina. Ni Perucho ni el obispo Pontoppidan, el relator de la historia, dicen nada de su cabellera rubia ni de sus brazos rosados ni de su mirada acuosa y embriagadora. Lo que nos induce a creer que, o no era una sirena verdadera (se trataba de una impostora mediterránea) o les dejó una espina cualquiera y se volvió a su mar a cantar a quien la supiera apreciar.

Luego Perucho nos cuenta que la última aparición datada hasta el momento (1984) fue en el año 1920 en Mar del Plata, sirena a la que los compositores de tangos y milongas le dedicaron bellas melodías que se cantaron durante años en los teatros y en los locales de varietés porteños.

Entonces el escritor continúa con sus peces preferidos y frecuentemente eclesiásticos, el monstruo leonino, el fraile de mar y el pez obispo que era un pez raro que se había encontrado en Polonia y que nunca tuvo ganas de vivir en otro sitio. Perucho no habla más que un momento de gastronomía, de la que tanto sabía. Después de repasar algunos otros monstruos o fabulaciones marinas llega al calamar gigante, animal del que habló en su día el Times de Londres (lo que no se trata de ninguna garantía) e inspiró a Jules Verne y a su capitán Nemo. Nuestro escritor cree (y le apoyamos) que tales animales son “seguramente incomestibles o muy indigestos”. Abre, pues, un paréntesis a la duda. Si son comestibles sin duda serán de bizarro condimento y difícil digestión.

Hace unos días nos sirvieron un pulpo correoso en un chigre de la rúa del Franco, en Compostela. Al cabo de un rato nos sentamos, en otro sitio, ante unas zamburiñas decentes y unas xoubas espectaculares. Solas consigo mismas. Nos acordamos de la sirena de Perucho y la empezamos a filetear en la esperanza de encontrar el catálogo al volver a casa. Luego nos liamos y volvimos a mirar hacia el mar del Norte para hacer un ceviche literario con nuestros frailes y nuestros obispos preferidos. Hoy le hemos dado el premio Nobel a Joan Perucho porque Doris Lessing nos parece una pesada y una antipática, porque seguramente no le gusta el pescado y porque la suponemos incapaz de filetear más que su memoria. En este rincón del mundo, amigos, cocinamos lo que podemos. Pero lo amamos, aunque sea con ternura.

N.B.: La ilustración corresponde al Mosaico de los peces de la villa romana de La Pineda, en Tarragona, que custodia el Museu Arqueològic Nacional de la ciudad. En él aparecen besugos, anguilas, lenguados, un pulpo, bogavantes, morenas, sepias, salmonetes, calamares y un delfín. Algo sabemos de las costumbres culinarias de los romanos pero no podemos ni sospechar qué cocinaban, si es que lo hacían, con ese delfín o con las morenas. Con lo demás (y aún sin pimientos ni tomates), el mejor suquet del mundo. Occidental.

17 comments:

DESPERTAFERRO said...

Manolo: Perucho un genio. No creo que los romanos cocinaran mucho pescado. Más allá del garum no les veo manipulando merluzas, lenguados o poniendo gambas a la plancha. Si estoy equivocado, corrigeme.
En Santiago, comí bien, la rua del franco padece cierta inflación de comederos esperando al guiri. El mejor sitio para mi es el gato negro, en los aledaños de esta famosa calle compostelana.
Para tomar comodamente un café y un orujo (o un vat 69) El Casino (creo que se llama así) Un lugar espacioso de techos altos y cómodos asientos o sofás en el que también hay música en vivo.
Galicia deja huella, tengo ganas de ir otra vez y perderme.

manuel allue said...

En el Casino de la rúa del Villar hay ahora un cuartito minúsculo para fumadores, aislado, bastante silencioso y siempre a media luz. En ese cuartito recé una oración inventada para Cunqueiro (un santo con un abrigo de lana) otra para Perucho (otro santo pero con chaqueta de tweed) y la última para Néstor Luján (santo barroco con chaqueta y abrigo y sombrero y bastón). La culpa la tuvieron docena y media de zamburiñas y el humo azul de un Romeo número 3. Pequeño.

DESPERTAFERRO said...

Manolo: Las zamburiñas están muy bien, sin ambargo, prefiero los pescados antes que los mariscos.
Hay que trabajar demasiado y pelearse con las patas amenazadoras de estos bichos para llnarse la boca y el buche. La ventaja de las zamburiñas es que cada una es un bocado y un trago de Alvariño de Fefiñañes.
Por cierto, los tintos gallegos no están nada mal.
Puestos a fumar, te recomiendo que pruebes el cosaco de Fonseca.

manuel allue said...

Así como soy un mal bebedor, también soy un mal fumador. Me conformo con poco. Alvariños los hay muy buenos y otros qué quieres que te diga. Soy también incapaz de memorizar el nombre de un vino. La memoria se va adelgazando a medida que crece digamos que la conformidad.

Quiero decir que lucho lo justo.

delantal said...

diossss, a mí también me parece antipática¡¡¡¡(jo, qué vergüenza decirlo en público, pero me aprovecho de que tú lo has escrito antes).
Continuando con la sinceridad, debo confesar que no me importaría hincarle el diente a unos trocitos de calamar gigante, aunque me cueste digerirlos.
Y los monstruos marinos son mis favoritos porque son los más creíbles. Hace años, en un viaje al Sahara, unas mujeres de piel oscura, ropas negras festoneadas de dibujos multicolores, se acercaron a nuestro grupo tocando la ropa, las gafas, el pelo porque no era tan frecuente por aquellos entonces ver europeos en aquellas latitudes. Una de ellas padecía ictiosis, en las manos y en los brazos hasta donde pude ver la piel se hacía escamas...¿quizá era descendiente de una de aquellas sirenas de las que habla Perucho?
Le pregunté a mi padre y me habló de esa enfermedad de la piel, de la posibilidad de que fuera una regresión, casi animal, a otros estadios de la hominización y me habló del "peje Juan". A él le dijeron que el Peje Juan, allá por el XVIII se tiró al mar en Cádiz y apareció al tanto tiempo en Bilbao; que tenía el cuerpo lleno de escamas y membranas que unían los dedos de los pies y de las manos. Me quedé fascinada.
Cómo hoy con tu post.

manuel allue said...

¡Qué maravilla la historia del Peje Juan! ¡Quiero saber más! Y estupendo tu encuentro sahariano. De todas formas los peces fuera del agua, en el plato.

Camille said...

Yo también me he quedado fascinada (aún más) con tu post. De pequeña buscaba sirenas en el mar, aunque eran conchas y caracolas lo que encontraba. Pero siempre fue algo en lo que creí, tal vez todavía creo. Que el mar es tan sumamente inmenso que nos esconde más de un secreto....
Me niego a ponerle cara de obispo a un sireno. No me parece justo. las sirenas rubias y los sirenos con cara de George Clooney. faltaría más!

Tampoco yo veo, depspertaferro, a los romanos cocinando pescado. Siempre los imagino con el muslo de pollo en la mano. La culpa, la tele.

Eso, delantal, pregúntale a tu padre más cosas sobre Peje Juan..así que a Bilbao, eh? uhmmm eharé un ojo a ver si veo alguna escama saliendo del puño de la camisa de alguno en el metro...
Ah! y también me apunto a lo del calamar gigante, aunque esté teiso ja ja ja

manuel allue said...

Pues hay sirenos, Camille, y los grabados antiguos los pintan más bien feos y no sé por qué. Hay una colección de xilografías creo que en la Bibloteca Nacional o en la Calcografía donde aparecen algunos monstruos bastante amables aunque feos, anguilas enormes con jorobas pero con cara de buenas anguilas y un sireno con pinta, es cierto, de recaudador de impuestos o de tendero antiguo. Cosas.

delantal said...

Creo que en el Palacio de San Telmo, de aquí de Sevilla hay algún atlante o cariátide mitad hombre mitad peje.
Estoy algo acatarrada y no puedo ir a ver a mi padre, por miedo a contagiarlo, pero le pediré que me vuelva a contar la historia y que me diga las fuentes (creo que son fiables) sobre el Dom Peje Juan,en cuantito deje de estornudar y de toser.
;)

manuel allue said...

Pues cuídate, Delantal, y estaré encantado de saber toda la historia. Y no te lo digo por gentileza sino porque realmente me gustaría saber más. Para poder escribir más y seguir dando(me) la lata. ¡Salud!

Ana Pedrero said...

Buscaré una revista donde venía la historia del Peje Juan y os la traeré en cuanto la encuentre, si es que la encuentro.
Por lo demás, yo debo ser muy románica en mis comidas, porque en mi paladar gana siempre la carne por goleada, aunque lo del pescado sea más selecto. Ya no os digo nada del shushi.
Por cierto, no sé si sabéis que un equipo de investigación está intentando reconstruir el garum a partir de pruebas de ADN. Ya os contaré qué pasa.
Besos de sierna. De obispo, lo justito. ;)

manuel allue said...

Querida Sirena-poco Obispo, muchas noticias nos cuentas. Estaré encantado de saber más del Peje Juan y del garum. Y lo de románica, hija mía, no tienes más remedio.

delantal said...

Bien, ya tengo datos del Peje Nicolau (no juan como escribí antes).
Parece ser que durante el siglo XVIII, puede que finales del XVII, existió el Peje Nicolau en Santander (no Bilbao) que padecía ictiosis como muchos hipotiroideos. El cuerpo lleno de escamas y membranas en manos y pies le convertían en un excelente nadador. parece ser que un buen día se lanzó al mar en la Bahía de Santander y al cabo de los días lo vieron en la bahía de Cádiz.
Es Feijoó quien refiere el episodio en uno de sus libros y Marañon lo recoge, como especialista endocrino que era.

Si tienes preguntas mi padre estará encantado de contestarlas.

manuel allue said...

Muchas gracias, Delantal. Y gracias también a tu padre. ¡El padre Feijoo!. Me he ido volando hasta sus "Ideas biológicas" de don Gregorio, en una espeluznante edición de Espasa Calpe de 1941 (espeluznante porque tiene una portada que siempre me dio miedo) y ya te contaré.

Efectivamente el capítulo XXIX se refiere a la "Historia maravillosa del hombre-pez y su revisión actual". Ahí voy.

delantal said...

menuda biblioteca tienes¡¡¡¡

qué envidia¡

manuel allue said...

En gran parte es heredada de mi señor padre. Excepto los libros científicos, que no los tengo yo, me queda algo de literatura, historia y sobre todo rarezas de los años cuarenta (y algunas anteriores) que me gusta sobar.

Muy bien lo de don Gregorio, pero entre tu padre y tú me habeis metido en un lío. Ahora ya tengo bastante información sobre el Peje Nicolao, sobre las nereidas del monasterio de Samos y sobre el peculiar benedictino, el padre Feijóo, con ese acento raro en la primera "o", y vamos a tener que abrir un blog colectivo sobre hombres-pez, sirenas, tritones y serpientes marinas. Si me animo volveré a hablar de todo eso.

delantal said...

jajajaja, sí, hazlo por favor.