Saturday, July 15, 2006


MENUS PARA AJUSTICIADOS Y CANONIGOS

En el Código Penal de 1944 se reestablece la pena de muerte tal como se conocía en España salvo en el breve período republicano (1932-1936), si bien durante la Guerra Civil ya se dictaron leyes que la restablecieron, además, para los civiles y por delitos de incumbencia no militar. Así fue y así permaneció hasta su abolición mediante el artículo 15 de la Constitución Española, aprobada y vigente desde el 27 de diciembre de 1978 y publicada en el B.O.E. dos días más tarde. En tiempo de postguerra, este tiempo que parece que aún no ha terminado y que nos va dando algún susto periódico y algo recio de más, y hasta su abolición definitiva (salvo en tiempos de guerra), las ejecuciones fueron múltiples, no todas conocidas pero algunas peculiarmente espectaculares. Se seguía utilizando el tristemente famoso garrote vil y el impacto ciudadano era tremendo y como incrédulo.

Los condenados tenían poco apetito. En Tarragona, nuestro pueblo, se llevó a cabo una doble ejecución el día cuatro de marzo del año 1948, en la que actuó el verdugo de Valladolid. Los hermanos Esteban y Juan Guardiola fueron ejecutados de madrugada, como era costumbre, frente a la imagen del Cristo de la Purísima Sangre y de algunos de los hermanos de la antigua Congregación. En los últimos días esperaron el indulto, inútilmente, "y hasta algún día se negaban a comer". No le pasó lo mismo a Antonio Martínez Martínez, ajusticiado en Murcia un oscuro dieciseis de noviembre del año 1944, que lo primero que pidió al entrar en capilla fue cenar carne con patatas fritas y una botella de vino en compañía de su cómplice en el asesinato internada, a la sazón, en el departamento de mujeres de la prisión.

Ni mucho menos el voraz Antonio Boix Bizcarro, que ya el día del asesinato se sentó en una silla de anea ante el cadáver de su víctima y "se entretuvo comiendo y bebiendo, se comió siete huevos y siete pasteles de Pascua que había cuidadosamente guardados en una cestilla de mimbre". Días antes de su ejecución el apodado "Baletes" ("Balitas", en valenciano) se comió la cena de cuatro oficiales, unos tres platos de judías y una frasca de vino. La noche misma, al entrar en capilla, se le sirvió de un restaurante cercano una cena cuyo plato de consistencia fueron jureles en escabeche: "Mira por dónde el último día de mi vida voy a comer lo que más me gusta". Unos perdían el apetito, ya se ha visto, y otros se consumían por los nervios y una voracidad que les hacía pedir huevos fritos con tocino, bistecs con salsa de tomate y otras exquisiteces parecidas para efectuar el tránsito , por lo menos, con la barriga llena.

El penúltimo ejecutado de esta larga serie de postguerra fue el polaco Heinz Chez, en la cárcel de Tarragona, en el año por tantas cosas famoso de 1975, muy poco antes de que Salvador Puig Antich fuera ajusticiado en la de Barcelona. Hay una historia que nadie nos ha querido contar (y que el grupo de teatro Els Joglars en su obra "La torna", que tantos problemas les costó, tampoco cuentan) sobre una paella servida en el último momento al pobre vagabundo polaco, que se convirtió en el contrapunto ("la torna", precisamente) a la ejecución política del anarquista. No hemos podido encontrar a quien cocinó la paella, no nos quieren decir si la comió el reo o el verdugo y si era de carne o de pescado, o mixta. En este mi pueblo, esa el la verdad, pudo pasar de todo.

Los canónigos de Tarragona, sin embargo, no pierden el apetito así como así. Alvaro Cunqueiro los imaginaba comiendo estofado de pulpitos, como vigías de Occidente, encebollados como algunos de sus rezos, la paciencia de sus feligreses y esa especie de tambaleo fervoroso del Miércoles de Ceniza, preludio de una auténtica orgía de bacalao y escabeches de sardinas que van a dar al traste con las cenas carnales, las pepitorias de pollo y las escudillas de lentejas con tocino. Los canónigos, de todas formas, han ido perdiendo sus buenas costumbres y, tal vez, sus predicamentos, y ya no conocemos a ninguno ni creo que los que queden nos inviten a merendar ni que sus cocineras sean muy duchas a la hora de hacer una sopa de almendras dulces, como la "salsa" de Navidad de los curas ibicencos, o la empanada de zamburiñas con cebolla y tomate de los de Cambados o las tortillas de pimientos de la merienda de la cofradía de la Vera Cruz, en el atrio de la catedral de Zamora la tarde de Jueves Santo. Los canónigos y los reos, como cualquiera, tienen, ya se ha visto, un apetito desigual y como atropellado. También dicen que, así, pasa la gloria del mundo.

Las citas e/o las referencias pertenecen a SUEIRO, Daniel, "Los verdugos españoles", Madrid-Barcelona, 1972, pp. 17-20, 19, 130, 170 y 173 y a MORANT I CLANXET, Jordi, "La Congregació de la Sang en els darrers ajusticiaments de la vella pressó de la Plaça del Rei", en "Pàgines tarragonines", pp. 39-46.

La ilustración es una reproducción del cuadro que pertenece a CASAS, Ramón, "Garrote vil", óleo de 127x166,2 cm., que posee y conserva el Museo Nacional C.A. Reina Sofía de Madrid y cuya reproducción se considera de público dominio.

El garrote vil, instrumento del cual se conservaba un ejemplar en la prisión de Tarragona hasta no hace mucho, probablemente arrumbado en un almacén, se trata de un artefacto que consiste en un collar de hierro con un grueso tornillo y un perno que, al introducirse alrededor el cuello del reo y al girar el mecanismo, accionado por un aspa, también de hierro, gira, penetra y destruye las primeras vértebras cervicales con lo cual, si bien no se asegura una muerte instantánea, lo es segura.

2 comments:

xallue said...

Las descriupciones de "últimas comidas" abundan. Notables son las de los EEUU, un opaís serio y que guarda registro de todo y que, además, practica el ajusticiamiento, la pena de muerte y la muerte de pena con un entusiasmo digno de mejor empeño.
Más que de comidas me da por comentar lo del garrote. Nunca supe si el "garrote" era el vástago que comprime y destroza las vértebras cervicales o el brazo de palanca que lo acciona. El truco está en que el paso del tornillo sea amplio para que una sola vuelta desplace el vástago lo bastante para romper la médula espinal. Si el cuello es grueso o si no se ajusta la bada de cuero alrededor del cuello bien, queda un huelgo y hay que apretar más el tornillo para matar al reo por estrangulamiento... o sea un chapuza notable. Al pobre Heinz Chez (¿Cómo se llamaba en realidad? Mueller o algo así. Porque era aleman "oriental", ¿no?) no lo mataron a la primera. Probaron más de una vez y el verdugo no acertaba, nervioso. Al final uno de los guardias, harto del lamentable espectáculo, agarró el chisme y lo giró con fuerza para acabar la cuestión.

xallue said...

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