En la despensa de Magín Murtra Sandoval y Eusebia Murillo Reverter aún quedaba, como habíamos contado, un poco de todo: suficiente aceite corriente y aceite fino, arroz, alubias, bacalao, chocolate, jabón, pasta de sopa, queso de bola y vinagre. En la fresquera que daba al patio donde vivían Ramón Codina Marrugat y Tecla Salabert Herrando yacía un taco de tocino fresco, que ya empezaba amarillear, dos huevos y un arenque salado, enhiesto.
Antonio Ferrerons Salvat y María Eugenia Ribas Llauradó guardaban dos latas de sardinas y medio kilo de arroz debajo de la mesa camilla. Francisco Esteve Marrugat, primo de Ramón Codina, y Asunción Durán Espelt, que había sido monja, rezaban el rosario dos veces y habían cambiado tres onzas de chocolate por dos costillas de cerdo y unos fideos. Sebastián Martorell Tarrasa y Claustro Capdevila Esteve, prima de Francisco, miraban a los requetés desde detrás de los visillos mientras Sebastián arreglaba una radio sin arreglo y Claustro intentaba acabar un tapete con un hilo renegrido, aprovechado del fleco de una colcha. Habían comido despacio una sopa de pan, ajo y farigola y un huevo escalfado. La niña Montserrat Rodríguez Claramunt, agonizaba en la cama de sus padres, Anselmo y Gertrudis, con una mirada tísica hacia el Sagrado Corazón, de estaño bruñido, digamos que prendida en él.
A las tres de la tarde unos habían comido y otros no. Había dejado de llover y no se oía ni un alma (en mi pueblo, en esta calle donde ahora vivo, no quedaban, hace setenta años, ni curas ni putas ni soldados).
15 comments:
Manolo: la voz cuartelera del rapsoda chusquero que dió el último parte resuena hasta en los más profundos tuétanos de la memória de este país (dudo mucho que la memória tenga tuétano pero queda bien). En un acto de masoquismo me descargué el "parte" y lo tengo en mi escritorio, no sea que se me olvide que aunque no viví la guerra también fuí vencido.
Sólo recuerdo las restricciones de luz, y unas letras pintadas en una pared desconchada que decían: "auxilio social". También recuerdo el desfile nocturno de falangistas que iban a llevar una corona de laurel y las cinco rosas al monolito de los caídos, el día en que se conmemoraba el fusilamiento de José Antonio. El recuerdo está vivo, como si fuera muy reciente.
Joder, Despertaferro, eso del tuétano de la memoria es definitivo. Habrá que escribir sobre eso. Me ha gustado mucho.
Hace días que quería escibirte, contestarte. Se van quedando en el duro, jodido, camino, muchos de los que se reían con las mismas cosas que nosotros, de los que guardaban las mismas reliquias en "el tuétano de la memoria" para poderlas cocinar luego y sorberlas, chuparlas para que se metieran bien adentro, "fins al moll de l'os", que de eso estamos hablando. Pero dicen que hay que seguir con la testuz enarbolada y el espíritu presto. A lo mejor se trata sólo de no perder ni la memoria ni el tuétano ni la sal para condimentarlo. Da igual. Seguir vivos, si quieres, es sólo una actitud.
me he quedado sin palabras por esta reconstrucción perfecta del momento.
A sus pies por este pedazo de post (como siempre un gustazo en todos los sentidos)!
¿Te sabría mal si copio íntegramente la entrada citando procedencia y detalles, como admiración?
Un abrazo de una lectora de tiempo ha...
Muchas gracias a ambas, Delantal y Katalitza. Por supuesto que estoy encantado en que me citeis y hasta que me descuarticeis (si es que hace falta).
Una parte de la jodida memoria es es la manía de comer a las 2 y media: a la hora del "parte".
El gran cabrón le gustba ver a la tropa cuando comían el rancho a las 2. Luego se iba a comer y sus exégetas dicen y mienten que comía lo mismo que los soldados, a eso de las 2 y media. Los pelotas aún más cabrones de Radio Burgos decidieron atrasar la lectura del parte media hora para que el "Claudillo" lo oyese y les oyese.
Y ahora, hasta la cadena SER que van de progres antifascistas continua dando las noticias nacionales a las dos. Sólo les falta el toque de atenció "cornel, cuartel" y la fanfarría de pífanos que era una grabación de la sección de pífanos de la Guardia de Asalto, los maldecidos "grises".
Hay que joderse!!
Bueno, hermano, habrá que comer a la una como los currelas o a las tres como los señoritos... En este país (en este país de países) con este sol y estas ganas de siesta lo de los horarios no tiene ni enmienda ni razón ni seguramente solución: ni fascista ni antifascista, ni señoritil ni iba a poner proletaria. Se hace lo que se puede, se duerme más de la cuenta y la verdad es que me parece muy bien. ¡Viva la siesta, las sobremesas largas y el desorden alimenticio!
En estos dias, en los que me he tenido que joder y consolarme -Ja!- con que el hijodeputa murió entre dolores, te leo y me viene aún más esa sensación plomiza que tan bien me ha explicado mi padre.
Le debo una visita al sur de Francia, para consolarme con los pocos y viejos cenetistas que van quedando.
Un Banyuls en su compañía para volver a darle color a la memoria.
Pues sí, harás bien en darle color a la memoria, rojo y negro con la franja azul del maldito Mediterráneo que en abril está quieto como si la cosa no fuera con él: Banyuls, Argelès, St. Cyprien...
Le propongo a Starbase que prolongue un poco el viaje y vaya a visitar la tumba de Don Antonio en Colliure. Machado además de republicano y poeta era fumador. Propongo que le lleve un cartón de Ducados y lo deposite sobre su lápida el maestro lo agradecerá.
O un librito de papel de fumar y un paquete de picadura. Seguro que don Antonio liaba los cigarros, como si tal cosa.
cap i pota, hace unos seis meses estuve en la tumba rindiendo homenaje a Machado. Acompañado de una cenetista que de vez en cuando se junta con otras amigas y le pegan una limpieza a la lápida.
Así da gusto ¿Verdad?
Starbase: No tengo palabras. Non o parole. Don Antonio y todos los demás que corrieron su suerte, merecen todas las atenciones que aunque postumas o retrasadas son un reconocimiento y antídoto contra la desmemória.
Tal vez somos demasiado jóvenes para recordar aquellos duros, injustos y crueles años.
Pero si nos queda en la memoria(además del tuétano, por lo visto), retazos e historias contadas por nuestros abuelos y abuelas sobre todo, ya que eran las que convertían esos restos comestibles en platos medianamente decentes, quienes escondían los trocitos de chocolate para las tardes del domingo por si había visita, las que guardaban el mejor vino dulce, para invitar a quien quisiera llamar a su puerta.
También están los que la fortuna los bendijo sin dolores ni sufrimientos, quienen comían bien servidos a las 3 de la tarde, no como señoritos, sino como señores, que al menos eso es lo que eran por aquella épocas.
La diferencia?
La cuenta bancaria y los contactos con los altos rangos del generalísimo.
Sea como fuere, no recuerdo esas paredes con "auxilio social", pero si a pobres mujeres trabajando sin nómima, sin seguridad social, sin días de descanso y con unas jornadas de 365 ´dias al año.
De ellas si guardo un gran recuerdo, de una de ellas muy en especial, que dominaba el arte de convertir restos de comida en casi un manjar para señoritos, aunque no llevase "tuétano".
Muy bonito tu relato (¿puedo llamarlo así?), Cuatro Especias. Yo tampoco comí en ningún comedor de Auxilio Social, ni los he visto ni tan siquiera tuve cartilla de racionamiento. Nací en la frontera (tenue, ¡ingrata!) entre el Plan Marshall y el Plan de Desarrollo, dos planes para con los que por supuesto no se contó con nadie. O sólo con algunos. Y comí bien aunque fui de talante melindroso hasta bien entrada la adolescencia. Ahora me gusta recordar hasta lo que me resulta imposible.
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