De nuevo insomne por culpa de un maldito granizado de café vespertino (¡maldito!) me he topado a estas altas horas, altas según se mire, con la página que ayer le dedicó La Vanguardia en su suplemento color salmón (salmón es un color) al asunto Santamaría y a las declaraciones de Berasategui, de Carlo Petrini, de Montignac y de dos asociaciones de sumilleres.
Ayer por la mañana mi barbero me habló de Santi Santamaría y de Ferrán Adrià. Y defendió encendidamente al de Roses. El tabernero, un poco después, apostó por el de Sant Celoni. Una clienta dijo que ni fu ni fa pero otra se puso histérica contra ambos. El quiosquero era partidario de Adrià, el florista de Santamaría, mi socio del Español y mi exsocio del Barça. Montignac “se alinea” (sic) con Santamaría que a la vez pasa a “perder el apoyo de Slow Food” (sic, también sic). Y yo aquí, sin sueño.
Con todo esto se pueden llenar blogs y hojas color salmón y hasta noticias de cola en los telediarios. Pero ni mi florista ni el tabernero ni el barbero ni mi segunda clienta (la primera sí) van a reservar nunca mesa ni en El Bulli ni en Can Fabes. Ni se les va a pasar por la cabeza aunque podrían pagarlo. Van a seguir viendo el programa de Arguiñano, contarán sus chistes y a lo mejor se comprarán uno de sus libros. Se atreverán con un carpaccio de atún o unas habitas con foie y seguramente lo comprarán todo en Mercadona o en Eroski. Y se reirán cuando no les cuaje la tortilla y digan que les ha salido deconstruida. Nada más. Porque para ellos, de momento, el asunto, si es que lo hay, no es un asunto cultural.
Por eso, y con una parte de mis respetos (no todos), no me ha gustado nada lo que ha dicho el señor Petrini, fundador de Slow Food: “La tradición, si no se renueva, muere por rutinaria”. Mentira. La tradición no hay que renovarla sino mantenerla, alentarla, espabilarla y a lo mejor higienizarla. Pero en el momento en que se reinventa deja de ser tradición. Pues aunque sea corta (dos o tres décadas, o siglos, da igual) con airearla basta. Y eso vale desde el arroz con leche hasta con la pintura al óleo. Lo peor, señor Petrini, es siempre la falta de ideas, y también la falta de honradez, claro. Pero si para ser innovador hace falta tener en una carta de Salamanca (o de Cambados, da igual) buey de Kobe, que vete a saber, y por otro lado hay que reinventar las tradiciones cada estación haciendo albondiguillas cuadradas para la escudella o poniéndole kiwis al gazpacho, me borro. Me ausento y me escondo en la despensa a contar los frascos de confitura.
Me aburro (y encima no consigo dormir).