Tuesday, August 26, 2008

LA DIETA DE GIACOMO CASANOVA



Las casualidades suelen ser, a la hora de escribir, buenos puntos de partida si no los únicos. El domingo pasado, antesdeayer, estuve deambulando un rato, como acostumbro, por el mercadillo de antigüedades que se monta al lado de mi casa. La gente se suele quejar porque hay un poco de todo, ni más ni menos como en todas partes, porque el plástico compite con la madera, la escayola con el bronce pero al fin y al cabo se venden, o se intenta, los restos de un país pobre hasta ayer mismo.

En el rincón más desesperado de esa venta ambulante, donde la herrumbre convive a sus anchas con el olor a sardinas y a chipirones fritos, donde el sol parece que va a acabar de derruir los últimos restos del foro romano (esto fue una de las capitales de la Roma antigua), ahí, apoyados en un lienzo de muralla, estaban dos adolescentes marroquíes con los deshechos de los deshechos pero no tanto. Sobre un paño que algún día había sido color púrpura (¿imperial?) yacían muñecas descabezadas, zapatos sin par, desparejados, fotografías rotas, querubines sin alas, marcos sin cuadros, bandejas sin asas, y en el centro, como un túmulo, un montón abigarrado de libros que pelaban por no desteñirse más al sol, por encontrar dueño, por ser leídos.

Y había de todo, claro está. Y no del todo malo. Me quedé con tres, dos que no los digo y otro que me entretuvo el resto del domingo y me hizo trasnochar. No lo conocía y me ha gustado tanto como el sol, como el domingo sin misa, como el vermú Yzaguirre con un chorrito de sifón y una aceituna.

Un feroz apetito, de Marina Pino, narra en un tono fantástico, culto, divertido, con sentido del humor y con un desparpajo al que no estoy acostumbrado las aventuras culinarias y gastronómicas del caballero Giacomo Casanova desde el preludio, fantástico, de su alumbramiento en una Venecia fétida y feroz, hasta la decadencia final tras numerosas y sabrosísimas aventuras y desventuras arriba y abajo de Europa.

El libro, que mereció el premio Sent Soví en el año 2001, está estupendamente escrito y se lee de un tirón, un tirón mucho más leve que las Memorias del caballero de Seingalt, de las que creo que nunca pasé del primer tomo, y resulta que una tarde calurosa y media noche más fresquita de mi agosto mediterráneo me hizo acometer el Grand Tour sin esperármelo, de Venecia a París, luego a Ámsterdam, a San Petersburgo, al Madrid de Sabatini, de mesa en mesa, de vino en vino, con elogios a los quesos, a las posadas, a los pasteles de carne, al mar que nos hace ir y venir, aunque nos quedemos quietos.

Este mediodía miraba unas nubes torvas desde mi playa que seguramente empujaban hasta mi casa dos eolos venidos a menos (o a lo mejor a más) que hacían lo mismo que yo desde Paestum, por ejemplo, bastante cerca de Nápoles y donde las playas ya son un poco menos negras y, desde luego, mejores. Todos súbditos de Roma, unos mirando hacia aquí y el otro hacia allá. Y me he acordado del plato que el caballero Casanova citaba como uno de los mejores de su atropellada vida en el Epílogo a su libro: el timbal de macarrones napolitano, el monstruo dorado, la cocina como monumento literario desde el barroco de Casanova hasta ayer mismo, vísperas de la decadencia: pizza & pasta.

Hace justo un año me desgañité con otro timbal, ese más sorrentino, el del príncipe de Salina en su verano airado, al inicio de El gatopardo, cocinado entre Lampedusa y Visconti. Este mediodía no me he atrevido a cocinar: mi barroco dorado termina en una tortilla de patata y cebolla y le sigo poniendo demasiado vinagre a la ensalada. Dieta, pues (de nuevo) como el caballero de Seingalt al final de sus días y cuando las cosas venían mal dadas. Ayuno y sol. Y la mejor literatura.

Thursday, August 14, 2008

CALAMARES



Mi pueblo huele a fritanga, a pólvora y a albahaca, pero no por ese orden. La albahaca se la ponen al Santo Patrón, San Magín, del que ya hemos hablado otras veces, un santo simpático y aguador, de esos que parecen que sonríen y a los que se les pide agua y va y la concede, aunque sea poca.

Mis vecinos, algunos, los más pacatos, se han olvidado de las rogativas y se fían más de los comentarios meteorológicos de TV3 que de unos buenos rezos para mojar, por lo menos, las conciencias. Así les va.

Nosotros, tan pacientes y tan conmiserativos, vamos a ir a la primera misa del día 19, a las cinco de la mañana, con los pescadores y los castizos y los que alargan la fiesta hasta el desayuno temprano y algo resacoso. Pisando la albahaca, muriéndonos de calor y oliendo a gloria bendita.

Pero antes (y después) va a estallar la pólvora con todas las asunciones y los tránsitos del día de la Virgen, mañana mismo, la frontera entre el yo sudoroso y el superyo acostumbrado (lavado y relavado). Y al día siguiente San Roque, fiesta grande en Altea, en Laredo y en Trasobares, y en un barrio cerca de mi casa donde se come sandía y calamares, y a veces por ese orden. Otros años me ponía nervioso y me echaba a correr. Pero éste, a lo mejor es cosa de la edad pero estoy deseando que estalle el verano y que se me peguen al cuerpo las pepitas de sandía y el olor a pólvora y albahaca para celebrar que vivos seguimos unos cuantos y que nos gusta oler a calamares. Como el Reina Sofía.

MISERACHS


Hoy hace diez años de la muerte de Xavier Miserachs, ese artista extraordinario que fotografió parte de nuestra cotidianeidad con una soltura entre periodística y canalla, gotas cultas y aderezo popular (sal y pimienta, azúcar, canela y clavo).

Diez años, a pesar de que de tanta rabia de que se muera la gente, no son casi nada.

N.: La ilustración corresponde a la conocida fotografía titulada Laietana, también llamada El piropo, y es de 1962.

Thursday, August 07, 2008

EL GOURMET, EL COCINERO, EL MECENAS Y EL SEÑOR TORRES MUÑOZ


En un cine de mi pueblo han programado para este mes un ciclo bautizado, con bastante poca gracia, Gastronomía y cinema. La cosa empezó el lunes, en pleno fragor canicular y con los periódicos nacionales anunciando males, qué digo males, peores, nefastos tiempos para el contribuyente que se verá obligado a vender su segunda residencia, su tercer coche y a lo mejor hasta a su cuarto marido por culpa de la crisis económica. Fragor por fragor, las páginas centrales de esos mismos periódicos han ido aireando sin mucho ton y con ningún son las aventuras y desventuras de Paul Bocuse, cocinero, y de Pascal Henry, motorista-barra-gourmet, al salir de El Bulli, que suene a comedia hortera, quizás porque a lo mejor lo es: Al salir de El Bulli.

Los ingenuos y poco avezados programadores del ciclo de cine gastronómico empezaron, craso error, con Un toque de canela, una película bastante cursi de Tassos Boulmetis (bastante griega y bastante cursi), a la que sólo salva el protagonista, Georges Correface, el guapo guía turístico que retozó con Ana Belén en el pasillo de un autobús en plena pasión turca, y que lo mismo hace de turco que de griego-turco (¿aturquestado?) y que sonríe de maravilla. Pero no es forma de empezar un ciclo. Dentro de unos días los programadores harán lo que tienen que hacer y proyectarán Deliciosa Martha y El festín de Babette y el lunes día 25 de agosto, el día en que murió Nietzsche, el documental de Saura y de López-Linares El pollo, el pez y el cangrejo real, que también ha visto todo el mundo. Menudo día y menudo documental.

Pero las cosas son así. Se ve que son así. Como hace calor, gastronomía, que es más ligera que la política y mucho más que la metafísica. Por ejemplo. Hoy mismo se ha acabado de rodar en Arenys (o en Sant Pol, no estoy seguro) una película de Joaquín Oristrell que se va a titular ni más ni menos que Dieta mediterránea y que protagonizan la hija de Ángela Molina y Paco León, el de la serie Aída (que también, alguna vez, ha visto todo el mundo). La historia va a repasar cuarenta años de la vida española, y suponemos que se trata de la vida cotidiana, y el director se ha despachado con una frase que ha hecho estremecer mis ligeramente más prietas carnes (beneficios del sol y de la dieta): “la evolución de una España que pasó del puchero de lentejas a la cocina tecnoemocional podrá percibirse en la evolución de los personajes y su historia”. ¡Toma ya!. También supongo que esa será su España y a lo mejor la de Carme Ruscalleda, porque en la mía los potajes eran de garbanzos, de gabrieles, y los viernes viudos y con espinacas, y la única revolución tecnoemocional en mi casa fue el gas ciudad, puestos a trascender en cuanto a técnicas y a emociones.

A todo eso, el empachado gourmet motorista, monsieur Pascal Henry (¡un motorista con mecenas!), sigue dando que hablar y que escribir e incluso que presumir, como hace hoy el señor Màrius Carol en La Vanguardia al contarnos su última cena en El Bulli, justo un mes después que el motorista, y donde nos ha dado una lección de politesse, de gourmetismo e incluso de sommelierismo pero que se equivoca en una cosa cuando dice que el tal Pascal Henry se despidió “a la francesa” (y lo dice en serio) porque no se despidió (o se despidió poco), lo hizo à la suisse romande, que es otra cosa, y quedó como un quillo que se marcha sin pagar del merendero. Y empachado, seguro, y harto de Bocuse y de la guía Michelin y, lo peor, con el estómago encharcado porque sólo bebía agua.

Hay por ahí unos desaprensivos que han ofrecido una recompensa (una recompensa estupenda) al que ponga final a la historia. No nos vemos capaces porque hemos cometido la torpeza de recortar y archivar todo lo que se está contando sobre el caso, hay nos hemos asado de calor al volver de la playa (nueva torpeza) y el hígado se nos ha puesto tan trufado como el de la receta de un amigo para un foie con trufas blancas y ríos de armagnac y otras barbaridades por el estilo y que bautizó, muy sabiamente, foie del señor Torres Muñoz, en homenaje a su bicarbonato y al bienestar que sigue procurando a los estómagos atrevidos. Esa es mi España, la del señor Torres Muñoz. Y olé.