Thursday, November 27, 2008

ES INÚTIL ENTRAR



Hay un bellísimo poema de nuestro querido Cesare Pavese que tituló Indisciplina y que hace tiempo, mucho tiempo, acompañó varios temas y variaciones de mi vida en Compostela. Las cosas no fueron fáciles, sobre todo al final, y excepto el cocido de los jueves, las filloas de Carnaval y las empanadas del día de San José la coda no siempre fue gastronómica. Aunque algo de eso había. Bastante (la mejor tortilla de patatas del mundo, templada, el queso, el membrillo y hasta el bar de la facultad de Historia).

Pero Pavese situó su verso un poco más lejos y habló de un borracho, de un embriagado, y ni me atrevo a traducir el poema. Más que bello, tremendo. En su imaginario contaba que cada casa tenía una puerta pero que era inútil entrar. Y su borracho no cantaba pero tenía un camino, un paseo, donde el único obstáculo era el aire. Por fortuna más allá no estaba el mar porque el borracho, caminando tranquilo, entraría y, una vez dentro, seguiría en el fondo el mismo camino. Fuera, siempre, la luz sería la misma.

Mi disciplina me impide casi cada día llegar junto al mar, con lo cerca que lo tengo. Y me quedo aquí, cortando trozos de queso y pedacitos de membrillo e intentando que la tortilla cuaje por un igual. Disciplinado. Y sobrio.

Wednesday, November 19, 2008

AMOR VOLAT UNDIQUE



Hace una semana ha cerrado el penúltimo bar de alterne de mi barrio, el Bar Tortosa, que en su día, ya hace mucho, congregó no a la flor pero a lo mejor sí a la nata del prostibulismo local en una ruta que de puro concurrida empezaba bastante lejos, en una de las puertas de la muralla romana, y acababa Dios sabe dónde. El bar todavía luce su rótulo amarillo limón justo delante de esta pantalla aunque mirando un poco al bies. Si levanto un poco el culo de la silla todavía lo veo reflejado en un espejo que tengo en la pared de la derecha. Apagado. Oscuro.

Hace tiempo que ando buscando un almacén nuevo por el barrio porque el espacio que tengo para trabajar se me ha quedado chico. El propietario del local, un hombre bastante joven todavía, me ha venido a buscar esta mañana para ver si me interesaba. He bajado las escaleras al trote y he entrado por primera vez en ese bar, ahora abandonado, que siempre entreví, alguna vez adiviné y el resto del tiempo fue su rótulo amarillo limón, reflejado en mi espejo isabelino, el que me hizo compañía en alguna noche como ésta.

Y me he quedado anonadado. El bar estaba intacto pero vacío, claro está, y limpio pero con un aroma tenue a perfume barato y un poco más intenso a desinfectante. Brava mezcla. La barra desnuda, ni vasos ni botellas ni clientes ni por supuesto meretrices.

El propietario se ha empeñado en enseñarme todos y cada uno de los rincones, que había muchos, y, ya en el primer piso, angosto pero extrañamente luminoso, tres alcobas con las camas hechas, las colchas de algodón intactas, los bidés relucientes y unas cortinillas de nailon rosa que parecía que se alegraban al verme. Por ejemplo.

No me voy a quedar el local porque me resulta pequeño aunque está delante de casa y eso sería fantástico. Pero hubiera pagado a gusto tres meses, que no es tanto, para plantar una mesa delante de la barra y escribir, al atardecer, crónicas sobre el tiempo ido, sobre el amor pagado o sobre ese olor que al final seguramente lograría describir o por lo menos a impregnarme.

El amor tiene que ver con la cocina, claro que sí, y sobre todo. Y la soledad también.

Monday, November 10, 2008

ZOILA AUGUSTA EMPERATRIZ



Justo dos años antes de su fallecimiento en una clínica geriátrica de Los Ángeles, el 1 de noviembre de 1986 le dedicamos a Yma Súmac un par de ensaladas que vistas ahora no es que me parezcan irreverentes pero por lo menos poco conmemorativas.

De la muerte de Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo, para el mundo Yma Sumác, de la que quiero seguir pensando que era heredera directa del último rey de los incas, Atahualpa, me ha avisado mi amiga Nené, que suele leer los periódicos antes que yo y que seguro que también abrió los ojos como platos (como platos hondos, de cuando la sopa se comía así) cuando oyó a Yma desgañitarse con su prodigiosa voz y su no menos extraordinario aspecto. Y hace dos años, y ahora lo lamento, le escatimamos a la cantante el acento en la “ú” (siempre pensé que era así, “Sumac”) y un recuerdo divertido de otra querida amiga con la que hacíamos competiciones infantiles para imitar a la artífice de Lamento y de Suray Surita, nuestras canciones preferidas.

Hoy no le vamos a dedicar a Yma ninguna ensalada, y menos la de salmón y la de sesos fríos que entonces nos inventamos que así las llamábamos en casa, con el nombre de la pobre Yma y con el título de una de sus canciones. Hoy no es que haga frío, pero tenía pensado apañar una sopa de rape con algo que me ha quedado del mediodía y no tengo ni el corazón ni el escenario para recrear ninguno de los lamentos de la princesa inca. Dejemos, pues, que transcurra noviembre en paz, que Yma siga en Itunes con su registro ¡de cinco octavas!, y el alma se me vaya serenando con la colita de rape, el puñadito de fideos del número 1 y algo de literatura pagana.

N.: Volveremos a Yma, con más temple, y a otra dinastía, la de los Grau Moctezuma, que hace años tenían su casa de verano en Calafell, me parece, o en Cunit, y la casa imperial en Andorra. Volveremos.

Saturday, November 08, 2008

MÁS CUNQUEIRO



Absolutamente recomendable, para entusiastas y curiosos en general, la grabación de la conferencia que pronunció don Álvaro en la Fundación March en el año 1975, presentado por José María Alfaro.

Como siempre, nos avisan en Libro de Notas.

N.: La fotografía corresponde a la tumba de Cunqueiro en el cementerio antiguo de Mondoñedo, con ese epitafio tan bonito.

Thursday, November 06, 2008

GUISO DE JUDÍAS VERDES




“El día 9 de febrero se conmemora la muerte del estudiante caído camarada Matías Montero. Fue Matías Montero estudiante de medicina en la facultad de Madrid, inteligente, valiente y joven…” Entonces sonó un gong y en seguida los compases del himno Yo tenía un camarada. Hacía frío en la cocina, con esa manía de tener la puerta de la galería abierta durante todo el día y luego el trajín con los baldes de ropa a medio lavar, los cestos de las sábanas sucias y las enormes bandejas de mimbre con la ropa por planchar.

“Ansiaba algo que le faltaba, que le llenaba de angustia, algo que calaba muy hondo en su corazón. Quería a España con todo el ímpetu de su corazón joven, pero no a esa España sin ambición, desilusionada, separatista, injusta…” Otra vez el gong y la canción Montañas nevadas, que a mí me gustaba tanto, que se iba acallando hasta convertirse en un rumor. “Y la amaba más porque no le gustaba, como a José Antonio, nuestro fundador y Jefe Nacional, con afán de perfección. Un día se encontró con José Antonio…”, el locutor carraspeó y se quedó callado unos segundos, “se encontró con José Antonio y cambió impresiones con él, buscando ambos con excesiva vehemencia la razón de la existencia de España”.

La tata Lucía se estaba poniendo nerviosa porque la radio no dejaba de soltar una especie de pitidos y yo la hacía callar. “Vehemencia”, pensé. Menuda palabra.

“Al servicio de España ofreció su vida, encadenada para siempre a la lucha por una España mejor, lo que le valió una amenaza de muerte…” Tañían a muerto unas campanas y volvían, atropelladamente, los compases de Yo tenía una camarada.

La tata había puesto a cocer casi un kilo de judías verdes con sal, destapadas y a fuego medio. “Y el día 9 de febrero de 1934, a los diecinueve años, murió asesinado por la espalda en las calles de Madrid, al servicio de la Falange y al servicio de España”. La radio no dejaba de pitar y yo le di un golpecito en un lado. Nada. “Y al traerlo a nuestras mentes recordaremos la consigna de nuestro fundador, dicha a los pies de su tumba…” Entonces sonaba el Cara al sol tras un suspiro del locutor, entre pitidos intermitentes. “Que Dios te de el descanso eterno y a nosotros nos lo niegue hasta que recojamos la semilla que has sembrado con tu muerte”. Me estremecí mientras volvía a sonar el himno, a mayor volumen, fundido con unas campanas tañendo a Gloria: “Camarada Matías Montero, gracias por tu ejemplo. ¡Presente!”.

La tata quiso apagar la radio cuando empezó a sonar el Himno Nacional y yo me enfadé mucho. Luego escurrió las judías, un poco, las puso en una cacerola con un sofrito de cebolla y tomate, revolvió y las dejó cocer durante un rato a fuego lento. Ni ajo, ni laurel, ni gloria.

En la radio sonaba ahora Amapola y en el patio se oía el eco de un tenedor contra una escudilla, batiendo un huevo, en buen compás. Lucía colocó las judías en una fuente, las ordenó un poco y las coronó con unas tiras de pimiento asado y un poco de huevo duro cortado en rodajas, muy finas.

Sunday, November 02, 2008

NOVEMBER'S SONG



Cuando algo no me sale bien, cuando algo no me gusta o, peor, cuando alguna cosa me asusta lo suelo convertir en literatura. Escribir sobre ello, relatarlo, contármelo para quitarle hierro o, a lo mejor, para darle el aspecto que realmente quiero que tenga. O para vengarme de él, de la persona, del asunto, de la cosa.

Pero no siempre me sirve. O no soy capaz o el argumento o el personaje se me tuercen desde el principio (o al poco rato) o quizás se me despistan o, qué sé yo, me dan tanto trabajo que resulta que es peor.

Con Dorita, la de los macarrones, no pasó nada de eso, ni mucho menos. Ni con Angelita, la del otro día, ni siquiera con tía Matilde ni con la señorita Cristina. Tampoco pasó casi nada ni con Borges ni con Pavese ni con el príncipe de Lampedusa. Y un poco tan sólo con Cunqueiro, con don Néstor Luján o con Josep Pla. Ganas de escribir, más que nada, y un poco de mala conciencia (los deberes por hacer y todo eso).

Lo peor, de todas formas (el peor, en este caso) es ese imbécil que parece que me odia aunque a lo mejor el imbécil soy yo y el odio es tan sólo indiferencia.

Qué le vamos a hacer, es domingo por la tarde, ha empezado a hacer frío en mi pueblo, esos niños que siempre juegan a la pelota debajo de mi balcón se han quedado en casa y el segundo té ha resultado casi tan insípido como el primero. Demasiado fronterizo, vamos.