Lo conté como puede y en otro sitio. A veces, la verdad, me da la sensación de que llevo muchos años escribiendo sobre lo mismo, sobre mí mismo, aunque le ponga aliños de cocina, lo enmarque en cuadros propios y ajenos, aunque venda todo eso, comerciante, como si el mundo fuera comercio.
Que lo es. Carnal, la mayor parte de las veces, algo charcutero muchas de ellas y espiritual, por decir algo, las otras. Pero espíritu por espíritu, y déjenme Ustedes que me ponga grosero, el del vino. Ese aguardiente de ruda que probé una sola vez y hace ya muchos años para crear en mi estómago poco piadoso pero creyente (muy creyente) el trou normand antes de los quesos.
Pues eso. Antes de los quesos pasa casi todo. Estoy escuchando mi pequeña misa preferida, la de Rossini, porque le pega a la tarde cuaresmal, a mi whiskie almibarado y a ese frío que empieza a primaverar. Lo que son las cosas. Queda poco para el Viernes Santo y estoy más quieto que un palo: he puesto, por si acaso, la memoria en remojo y tengo un saquito de garbanzos de Fuentesaúco y un tarro de pimentón de la Vera cerca para que no se me olvide (jodida memoria) que hay que santificar las cazuelas como las fiestas de guardar (lo que iba a contar se queda para otro día porque me acaba de llamar mi amiga Ana, capote en ristre, desde la tierra de los garbanzos y se me ha ido el santo al cielo: las devociones, intactas).