La semana pasada no estaba yo para demasiadas zarandajas: no dejaba de llover, se me acumulaba el trabajo, mis vecinos estaban dispuestos a comprar litros de gasoil, de leche y de natillas danone con el mismo entusiasmo con el que iban a ver la Eurocopa (y así lo han hecho) y al final del final, más de lo mismo.
El sábado pasado el periodista Gregorio Morán se largó en La Vanguardia, bravo diario en el que seguimos confiando día sí y día no, un enfervorizado artículo que tituló algo dieciochescamente como La querella de los cocineros y en el que literalmente se hacía el colon un lío, por no señalar más abajo, y decía, ni más ni menos, que el libro (¡qué digo libro, la biblia!) La cocina cristiana de Occidente tenía un hermoso título pero que era “un libro desganado”. Lo que faltaba. Que se lo había pasado muy bien con Anthony Bourdain pero que Cunqueiro, Luján, Xavier Domingo, el doctor Thebusem y hasta la pobre marquesa de Parabere eran unos plastas y unos indolentes. Múltiple ración de modernidad sin sofrito y en tempura.
Luego que si sí y que si no, que si el chuletón de Ávila y la espuma de txangurro. Una plana del excelso periódico que el señor conde de Godó pagó tan a gusto. Y yo con estos pelos (pocos) y con estos gustos.
O sea que no recapacité ni consideré nada. Ni me puse a repasar porque casi siempre se convierte en un ejercicio masoquista y lo único que pone en evidencia es la edad. Y ni falta.
Han pasado muchas cosas en estos más de dos años cocinando o haciéndolo ver en esta casa. Dos años y tres días, como una condena rara pero seguramente sabrosa. Pero vamos a seguir con cocina o sin cocina, y sin cobrar un duro, que para eso estamos y para eso, sobre todo, están Ustedes ahí.
Para cenar, pues, sobrasada de pobre. Dos rebanadas del mejor pan de mi barrio, recién cortadas, regadas con aceite de la cooperativa de La Selva del Camp, un pueblo escondido que produce un aceite espléndido, Antara, y que además me lo regalan. Este año está estupendo. Poquita sal. Sal normal, gruesa, marina y olé. Y pimentón de La Vera, que no es el de la ilustración pero es el mismo, que lo vende a granel un extremeño muy rumboso y que también me lo regalan (gracias, Isabel, gracias, Carmen). De pobre venido a más. Una hermosa tortilla de cebolla y berenjenas y una copita de vino, o dos, de la Terra Alta, también a granel, que levanta a un muerto y con el que me van a permitir que brinde por todos Ustedes y por la memoria, sana e iba a escribir sagrada, de don Álvaro y don Néstor y de la señora marquesa. Que en Gloria estén.