Thursday, June 21, 2012

NI HERETICO NI BLOG NI NADA

Estoy pasando unos dias en Berlin con unos amigos, cosa la cual me impide poner acentos en mi texto, me da pereza poner una foto y, por si fuera poco, un mensaje de la DMCA? me cuenta que han suprimido un post de 2006, que se titulaba "An heretical coup d´pernod" porque atento contra no se que privacidades a las que, evidentemente, no estuve muy atento.

En el  post hablaba, bastante contundentemente, de Bunuel, sin tilde, del martini, del negroni, de la aceituna, de la cebollita del gibson y no se de que mas porque no me ha dado la gana de volverlo a leer.

Me cisco en la DMCA, en sus criterios, en su poca punteria y lo voy a celebrar, o a lo mejor no, con un nuevo dry martini, de verdad, como el que me he tomado hace dos horas en un bareto del barrio de Mitte (no se si sobran "t" o si le falta angostura a sus ice cubes).

Pero que se han creido? No voy a celebrar el solsticio de verano con semejantes remilgos. Ustedes si, hagan lo que puedan. Y reciban mis saludos ultramontanos.

Wednesday, February 29, 2012

JULIO CAMBA CONTRA EL DR. NO


Ayer día 28 se cumplieron cincuenta años de la muerte del escritor Julio Camba. Honrado articulista y perspicaz comentarista social que dejó en la prensa española, sobre todo de antes de la Guerra Civil, excelentes glosarios, como se llamaban entonces, y, además, un libro que ha traspasado las contiendas y del que, más que nada, se han extraído citas a veces hasta la saciedad.

Lo cierto es que La casa de Lúculo o el arte de comer comienza su capítulo sobre La cocina española afirmando que “está llena de ajo y de preocupaciones religiosas”. Brava cita. Pero siempre me ha sorprendido que don Julio dijera “preocupaciones” y no prejuicios o, al menos, convicciones. En 1929, fecha de publicación del libro, no era costumbre hablar de prejuicios (ni mucho menos de juicios) relacionados con la religión católica (de otras no había lugar), pero sí que el autor endilgó al lector la categoría de preocupado un poco porque sí.

A punto de proclamarse la Segunda República los garbanzos de don Benito Pérez Galdós, el olor a berzas de los patios de vecinos, las barbas de Valle Inclán empapadas en cerveza negra o el andar saltarín en pos de las mozas y de los langostinos de don Jose Pla i Casadevall eran todo lo opuesto a la vanguardia, olía (a berzas, a col, a rancio de fritos interminables) a siglo XIX y así lo hizo, o eso nos parece, hasta el Primer Plan de Desarrollo o, como poco, hasta el festival de Eurovisión de Massiel. La cocina de las fondas y de las casas españolas arrastraba, además del ajo y de la Bula de la Santa Cruzada, períodos eternos de hambre, de poca imaginación, de restos garbanceros de cien guerras carlistas, borbones exiliados, parlamentos panzudos y de mala digestión, con un toque cuartelero, ya no tan al fondo, de tortilla de un solo huevo y pescadilla que se muerde la cola.

Don Julio, desde luego, esquivó ese siglo tan largo (1808-1968) con ese afrancesamiento que tanto les gustó después a Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro e incluso a José María Castroviejo. No había otro remedio. Porque faltaba mucho para que la cocina española se quitara la capa, la espada y hasta el ajo y se atreviera a subtitular “vanguardia” a algo tan poco español como la gastronomía.

Nos gusta seguir llamándola cocina pero, qué le vamos a hacer, la gastronomía ha ganado por fin la batalla y ha vuelto a los hoteles, ha aliviado las neveras caseras y ha dado un poco más de colorido a los mercados. Y lo celebro porque estábamos aburridos, nos reconcomía la nostalgia, profunda y necia enfermedad, y parece ser (ahora me lo parece) que dábamos un cuarto al pregonero para que la posguerra no se ahogara en un caldo (ya tibio) de recuerdos mal cosidos, deshilachados.

Pero mira por donde parece que vamos a seguir. Con vanguardia, con retaguardia, con don Julio, don Néstor y el senyor Pla. Porque hay que conmemorar, somos un algo inquietos, bastante piadosos y nos gusta refregarle un diente de ajo a ese pan casi fantástico para desayunar en público. Que en privado nos da por ayunar o por ponernos a freír churros. Depende.

Friday, December 17, 2010

¿REQUESÓN, MANTECA Y VINO?

El pastorcillo parece ser que llevaba al Portal (sic) “requesón, manteca y vino”. Sin especificar. Lo peor del villancico (Campana sobre campana) es la estrofa final, que siempre me ha fascinado y ahora veo que lo que en realidad hacía era aterrorizarme: “Campana sobre campana / y sobre campana tres / en una Cruz a esta hora / el Niño va a padecer”. ¡La hora tertia!.

Benditos sean los triptongos, las trilogías y hasta las trirremes. Y bendita la cronología, madre de bastantes disturbios.

Sunday, December 05, 2010

HAY MOMENTOS PLÁCIDOS


Muy pocos, es verdad, pero no voy a ponerme dramático.

Domingo lluvioso, dos del mediodía, la comida sin hacer, uno de mis programas preferidos en Radio Clásica (resistentes, fantásticos), una copa antigua (ligeramente mellada) con vermú Miró, de cerca de mi pueblo, frío, sin hielo, con una rodajita de limón generosa, quizá demasiado amplia, silencio absoluto en mi calle mínima, promesa de un atardecer civilizado (compañía, buena conversación y un té excepcional) y un poco más llevadero que la vida misma. Sin hacer los deberes, dejándome llevar por esos restos de civilización que tanto me gustan: libros gastados, vermús etnográficos, textos abandonados, a medio escribir, ¿un arroz con setas?.

Vamos a ver. Me he acabado la copa pero los libros ni se mueven, temerosos. Nada de sexo. Ascesis pura.

Saturday, October 23, 2010

LOS COCINEROS PELIGROSOS




En la sede de la Fundación Carlos de Amberes de Madrid, en la calle Claudio Coello, y hasta el día 18 de diciembre está teniendo lugar una exposición dedicada a James Ensor, La belleza de lo grotesco, para conmemorar el 150 aniversario de su nacimiento.

No es Ensor uno de mis artistas preferidos pero me ha venido al pelo la ilustración de uno de sus cuadros para volver a este sitio al que suelo echar de menos bastante a menudo pero que, ya se ve, no pongo remedio. Aunque lo que quería decir es muy fácil, más incluso que el conocido cuadro de Ensor, Les cuisiniers dangereux, seguramente lleno de malas ideas. El cocinero más peligroso es uno mismo, el que conoce sus apetitos y les pone remedio según el estado de ánimo. Mi sobrino Txaber decía el otro día en Facebook que cada noche busca una buena excusa para cocinarse un premio. O algo así. Eso está bien. Lo peor es cuando te sientes culpable o agobiado o vete a saber y te castigas con una pizza descomunal, como me pasó ayer noche, llena de quesos aviesos y de setas complicadas y posiblemente de malas intenciones.

Ayer no tuve un día ni bueno ni malo, sólo regular. Pero la fatal pizza no mereció más que dos Almax de postre y supuso una buena dosis de insomnio de los malos, de los no productivos.

Como Ensor, me serví mi propia cabeza nevada de parmesano y rodeada de setas y fui mi misma Salomé inconsciente e indigesta. Por eso quiero prometerme no volver a jugar con las cosas del comer ni siquiera para impresionar a mis amigos. A ver.

Saturday, September 11, 2010

ENSALADA DE OLVIDO MÁS BIEN TIBIA



Hace poco más de cuatro años empecé a escribir en este sitio con la intención, no sé si demasiado clara, de combatir el olvido y de alimentar mis apetitos: el literario y el gastronómico. Dicho así, de una forma un tanto grandilocuente, parece que pasara ambas hambres, o que las padeciera, pero se trataba sobre todo de acompasar la soledad, de hacer públicas (medianamente públicas) alguna de mis intenciones y, además, de pasar el rato. Mucho pasar y una pizca de acompasar.

Pero resulta que eso lleva trabajo y, aunque no se pierdan las ganas, tiendo a desatender lo no remunerado y no sólo económicamente: aunque de vez en cuando te jaleen y te digan que eres el más guapo de la fiesta, o casi, no es bastante.

A lo que íbamos, si es que realmente vamos a algo: el martes pasado falleció en Londres Clive Donner, el director de What’s new pussycat?, la divertida película en la que debutó un hasta entonces desconocido Woody Allen junto a Peter O'Toole y a la pobre Romy Schneider. Después Donner se dedicó más que nada a los telefilmes, desde un Oliver Twist hasta una de las historias del estupendo detective Charlie Chan, La maldición de la reina dragón. El redactor de la necrológica de La Vanguardia, Borja Criado, que escribe muy bien, termina su nota con un tremendo “existen pocos males tan atroces para un artista como el olvido”. Pues sí. Para un artista, para un cocinero y para un simple mortal como Usted y como yo que de cocina sabemos más bien poco y de artistas tenemos lo justo. Porque no es que me vaya a olvidar de los ingredientes de la ensalada César, que a lo mejor sí, ni a hacer continuos homenajes a mi cocinera preferida, Carmeta, la de mi casa, poniéndole un sofrito interminable hasta a las natillas. Ni a hacer grabar en un bonito mármol rosa la frase más excelsa de Josep Pla.

La memoria, a secas, es la única razón de la existencia: su mejor ingrediente, si no el único, su continuo homenaje, su frase lapidaria.

Monday, August 02, 2010

EL CASO DE LA MECANÓGRAFA ASUSTADA


Esta mañana he hablado unos minutos sobre la salsa romesco en el programa Cuinetes de RAC1 que lleva Txaber Allué, El Cocinero Fiel, y, aunque me he quedado corto, me lo he pasado bien. Luego Starbase me ha dicho en Facebook que le parecía que no iba a volver a atacar en el blog. Atacar, ha dicho. Pues no lo sé bien, pero todo esto empezó con calor un mes de julio de 2006 y, mira por donde, lo echo de menos. Sin hache, con calor, y un si es no es neblinoso de mi tarde que de taurina apenas le queda el recuerdo.

A eso vamos. A los seis o siete años nos cuidaban, a mí y a mi hermana, menor, dos hembras andaluzas de nombres albos y límpidos, refrescantes, Nieves y Lucía, que tenían una hermana mayor, de nombre algo más coplero, Angelita, casada con el guarda de la plaza de toros de mi pueblo. Angelita vivía en la plaza, al lado de los toriles, en una especie de habitáculo estrecho pero bien encalado y seguramente hermoso. Las muchachas nos llevaban cada tarde de verano, o casi, para pegar la hebra con su hermana, tontear con los empleados, avistar a los toreros y a los mayorales y, de paso, iniciarme en una fascinación desmesurada por el albero, el rojo de Sevilla, los capotes de paseo, los burladeros a medio reparar, el gazpacho intenso con vinagre fuerte, chispeante, enloquecedor, y una ensalada que llamaban picadillo y llevaba tomate, pimiento verde, cebolla y aceitunas negras. Todo cortado a lo grande, sin remilgos, y con ese vinagre extremo en el que, atolondrado y siempre inapetente en la mesa familiar, allí mojaba pan y ponía ojos de felicidad. Sería el calor, sería el polvo o la luz o vete a saber. Seguramente sería el vinagre clarete que me emborrachaba y me hacía toser.

No he vuelto a saber nada de las dos muchachas ni de su hermana, ni de Chamaco ni de Mondeño y seguramente tampoco de El Cordobés. Ni falta que me hace. Hoy la plaza está cerrada, cubierta, retitulada y esperando espectáculos que deseo que sean dignos de su pasado rojo y albero. Algo más que Estopa, María del Mar Bonet o Hollywood on ice, vamos. Que tampoco sé si existen (Lucía era más leída que Nieves. Le gustaban las novelas policíacas y le encantaba Perry Mason. Una vez cogí de su mesilla El caso de la mecanógrafa asustada y no lo entendí muy bien –tampoco entendía muy bien a Salgari. Hoy me he acordado de Perry Mason y de su mecanógrafa y me ha subido a la garganta, qué quieren que les diga, un regusto a tomate y aceitunas marinados en un vinagre y una pasión que dudo que nadie pueda repetir. Con toros o sin toros).

Monday, May 17, 2010

ORFEO (Y UN POQUITO DE EURÍDICE)



Aún falta un mes, más o menos, para el Bloomsday pero esta tarde la radio estatal de Dublín nos está ofreciendo, aunque con alguna dificultad, un programa dedicado a Joyce.

Resulta que a J. J. le gustaba mucho el Orfeo ed Euridice de Gluck. Y han empezado a retransmitir ese espléndido solo de flauta que no sé muy bien dónde está, ni en qué momento, pero que me ha revuelto alguno de mis recuerdos que tampoco sé muy bien dónde situar. Pero la emisión se ha interrumpido tras varios pitidos y una especie de salto en los que la flauta parecía que se encabritaba o, al revés, que se volvía muda, a trompicones.

Son cosas del atardecer. Y de las ganas de medrar, que es un verbo que siempre he usado mal. Se dice del que medra que es el que mejora su fortuna aumentando sus bienes o su reputación, o eso sugieren, si no es que imponen. los académicos. A mí me parece que medrar es algo que no tiene nada que ver con la fortuna y algo más con el buen pasar o, al menos, con el pasar a solas, que también, y según como se mire, puede ser afortunado. En resumen: que medro porque estoy aquí y frecuentemente atento. Que también me gusta Gluck y con Joyce he tenido algún problema pero que seguramente (lo prometo) lo voy a solucionar el próximo verano. Y el fondo del fondo, el meollo de la cuestión: la tortilla nada joyceana que tengo pensada para esta noche, para ahora mismo, ¿de patata y cebolla, a solas con ellas mismas, o con medio calabacín que está a punto de fallecer en el estante inferior de mi nevera?. Con un fragmento, amiga Nené, del Finnegans Wake, seguro que no es buena componenda y a lo mejor se me atraganta. Pero ¿y si vuelvo al mundo de los vivos, como Orfeo y como Eurídice, como es debido, y me hago la tortilla a secas (y jugosa) sin mirar hacia atrás?. Si me quedo quieto y me pongo a comer y a lo mejor me atrevo con una ensalada de cebolla tierna, su poquito de escabeche de jureles que me sobró anteayer y un capítulo de la segunda época de Los Soprano? Me pregunto, a lo mejor ingenuamente.

Monday, April 05, 2010

FLOR DE SANTIDAD


Hace unos años y en un día como este o bastante parecido, un Lunes de Pascua, volvíamos del Reino de León con las nubes en el cogote, el alma algo descompuesta y la esperanza puesta en una primavera que no es que no acabara de llegar, es que parecía que nunca tendría lugar. El estómago seguía prieto por los estragos, los intestinos varios parecían rugir (y lo hacían) y paramos a comer porque era la hora y porque había que entretener si no al hambre a las ganas de parar.

Era un pueblo pequeño, medio subido en una colina, retrepado, con una iglesia en lo alto, claro está, y una fonda bastante limpia pero con un abandono de lunes, el mostrador vacío, la dueña bostezante, la camarera con los pies enfundados en unas zapatillas a cuadros, arrastrándolos, la carta corta, cantada, mínima, demasiado estricta y algo pascual: comimos chuletas de cordero con pimientos asados y antes una sopa boba, surcada de estrellitas de pasta que convivían no muy felizmente con hilachas de carne de gallina y sus lunas de grasa, danzando por el plato, también.

Después llegó la hora de estirar las piernas sin alejarse mucho del coche pero, lo que son las cosas, llegamos hasta la iglesia que tenía la puerta entreabierta y una muchacha con un pañuelo rosa en la cabeza nos dijo que podíamos pasar, que ya había limpiado bien después del trajín de la Semana Santa. La iglesia estaba a oscuras y tan solo se filtraba un haz de luz por un vitral pequeño, en el ábside, una luz entre azul y anaranjada, polvorienta e inquieta, como las luces de las iglesias cuando vienen de fuera, que parece que no se atrevan a entrar pero luego lo hacen de golpe. Y entonces me pareció que se movía un San Juan y después La Magdalena, y la Dolorosa pestañeó, estoy seguro, con su manto de diario y su corona de latón dorado.

Salí corriendo pero no conté nada, con las chuletas atravesadas entre el miedo y el frío de las tres de la tarde y el sol engañoso del mes de abril. Me acabo de acordar de todo esto y he buscado entre las páginas del libro de don Ramón María, que siempre son buena lección y mejor consuelo. Y he encontrado la cita y se me ha acomodado el cuerpo, se me ha asentado, mejor que con una sopa de letras o de fideos o de perdigones con el fondo oscuro: “(…) aquella devoción medrosa que se experimenta a deshora en la paz de las iglesias, ante los retablos poblados de santas imágenes: Bultos sin contorno ni faz, que a la luz temblona de las lámparas se columbran en el dorado misterio de las hornacinas, lejanos, solemnes, milagrosos.”

A don Ramón María o a sus peregrinos a Compostela también se les iban moviendo los santos según pasaban, o eso me parece recordar, porque es lo que tienen las luces y las sombras o los misterios de las sobremesas, esas ensoñaciones entre piadosas y sensuales que tan bien conocen los canónigos y los registradores de la propiedad.

Wednesday, March 17, 2010

LO CONTÉ COMO PUDE


Lo conté como puede y en otro sitio. A veces, la verdad, me da la sensación de que llevo muchos años escribiendo sobre lo mismo, sobre mí mismo, aunque le ponga aliños de cocina, lo enmarque en cuadros propios y ajenos, aunque venda todo eso, comerciante, como si el mundo fuera comercio.

Que lo es. Carnal, la mayor parte de las veces, algo charcutero muchas de ellas y espiritual, por decir algo, las otras. Pero espíritu por espíritu, y déjenme Ustedes que me ponga grosero, el del vino. Ese aguardiente de ruda que probé una sola vez y hace ya muchos años para crear en mi estómago poco piadoso pero creyente (muy creyente) el trou normand antes de los quesos.

Pues eso. Antes de los quesos pasa casi todo. Estoy escuchando mi pequeña misa preferida, la de Rossini, porque le pega a la tarde cuaresmal, a mi whiskie almibarado y a ese frío que empieza a primaverar. Lo que son las cosas. Queda poco para el Viernes Santo y estoy más quieto que un palo: he puesto, por si acaso, la memoria en remojo y tengo un saquito de garbanzos de Fuentesaúco y un tarro de pimentón de la Vera cerca para que no se me olvide (jodida memoria) que hay que santificar las cazuelas como las fiestas de guardar (lo que iba a contar se queda para otro día porque me acaba de llamar mi amiga Ana, capote en ristre, desde la tierra de los garbanzos y se me ha ido el santo al cielo: las devociones, intactas).

Monday, March 08, 2010

DESPACHO DE VINOS



En un cuento antiguo e ingenuo don Pío Baroja escribió, con esa “letra menuda, firme, regular, sobre unas cuartillas cuadriculadas”, como contaba Azorín, la historia de Pachi, de mal nombre Pachi-Infierno, el amigo de un tabernero de pueblo que murió malamente de una pulmonía doble y del que su viuda heredó el despacho de vinos y siete hijos que malvivieron entre frascas de vino aguado, chatas botellas de aguardiente de hierbas, arenques secos como la mojama, polvo de la carretera y barro, mucho barro cuando se ponía a llover. Y no paraba.

Pachi era sepulturero de oficio desde que volvió de las Américas, que no hizo ni mal ni bien, sólo regular, y cuando la tabernera murió de fiebres puerperales tras el parto, viudo, de su octavo hijo, se hizo cargo de los más pequeños a los que llevó a vivir a su casita del cementerio. Y entonces plantó hortalizas entre las losas, de cualquier forma, y crecieron con tal hermosura y abundancia que un compadre las llevaba a vender cada jueves en el mercado, sabrosas, orondas, excepcionales.

El cuento, que don Pío tituló Las coles del cementerio, tiene su aquél, pero casi casi se queda sin moraleja. Y con un telón de fondo pobrecito y como aguado. Deslavado, como dice un amigo mío de las cosas insípidas y con poco color. Los caracoles que frecuentan las tapias de los cementerios suelen ser excepcionales. Y los espárragos que crecen en los muretes que están de espaldas al mar. De eso habla un poco don Pío, tímidamente, tapándose la nariz, ese poquito a pelo y el otro poco a pluma. Pero los Baroja, casi todos ellos, vinieron poco después a enmendarle la plana o a redondear el cuento. Don Ricardo con sus aguafuertes y a lo mejor don Julio Caro con sus historias. Da igual. Esta tarde ha llovido aquí de lo lindo y he pensado que le venía bien un poquito de color barojiano. De espaldas al mar. Sin coles ni espárragos ni caracoles. A lo mejor con un vinito un poco aguado y un cuento aguardentoso de verdad de don Ernesto Hemingway. Ya veremos.

Sunday, February 28, 2010

REDEFINIR EL CONCEPTO DE BELLEZA



Febrero tiene nombre de fiebre aunque también de ferocidad o de enfervorizamiento, que no son cosas tan dispares. Pero me gusta más afiebrado que febril, que es cualidad del enfermo pero también del ardiente, mientras que afiebrado suena más pasajero, más liviano, de mejor acomodo.

Pues resulta que ni por esas, que no hay modo de acomodarse a esa calentura, a ese fervor ardiente que nos suele acometer a mediados de mes, entre los fríos, con las habas aún muy tiernas, los guisantes casi en su punto y las alcachofas, todavía, en edad de merecer. Aunque el ambiente huela a churrasco (la cosa está bastante achurrascada) y el gato y la liebre se lleguen a confundir en la cazuela. Febrero aún no huele ni a romero ni a tomillo, que son hierbas que empiezan a florecer un poco más tarde y en mi tierra es de buena educación y sana costumbre ir a buscar, en excursión, al amanecer del Viernes Santo, para rememorar quién sabe qué antiguos misterios de la historia del hombre y para aliñar el cordero pascual y la memoria herida y poner a macerar unos cuantos recuerdos, no muy buenos, que están mejor al fresco y en esa saludable compañía.

Febrero tiene más de bendiciones que de festejos. Febrero tiene una Cuaresma larga y con siete patas que lo atraviesa y lo llena de bacalao y de garbanzos viudos y de espinacas frescas y, a lo mejor, de caracoles, que al no ser ni carne ni pescado, como las ranas y sus ancas, los monjes del Císter se empeñaban en cocinar (un poco a escondidas) mientras las clarisas, casi en ayunas, glorificaban al Señor entre melindres y yemas y cuchicheos. Pero febrero no me sabe a Cuaresma, que la olvido sobre todo los viernes, lo que son las cosas, y me da por el cordero o la panceta. Febrero tiene una especie de sumisión a sí mismo, de maldición trapera, de ese camino errante entre un Pinto carnavalesco y un Valdemoro bacaladero y rezongón.

Hace unos días, febrero puro, el artista plástico John Baldessari vino hasta Barcelona para inaugurar su exposición antológica en el MACBA. Le hicieron varias entrevistas y en una de ellas decía algo tan simple pero tan fatal como que “hay que redefinir el concepto de la belleza”. Seguramente habrá que darle la razón (él hablaba, claro está, de su obra, de su discurso). Pero no ahora. Hay que esperar a que los teóricos llenen las arcas de los editores y los plásticos las de los teóricos. O algo así. Pero sobre todo, y se me ocurre esta tarde en la que vamos a sepultar a este ardiente mes tras veintiocho jornadas de dudas, hay que esperar a que florezca del todo la belleza humana, que de la divina ya se ocuparán los monjes del Císter o las inquietas clarisas. A lo mejor con que aparezcan los cerezos rebosantes o se nos llene la casa de albaricoques hay bastante. Puede ser.

Sunday, February 14, 2010

PAN DE TRIGO Y QUESO DE FLANDES



Cantó Virgilio en forma soberana
la harina que a sus náufragos nutria;
del macarrón el ítalo se ufana;
gózase España en que garbanzos cría:
pues ¿por qué yo, con vena colombiana,
no he de cantar la mazamorra mía,
no he de cantar, gemela del bambuco,
la gloria de la arepa y del cuchuco?

José Joaquín Casas (1865-1951).


Dicen por ahí, y a lo mejor es verdad, que el primer sándwich que se comió en Bogotá era el de pan blanco y queso holandés, tantos eran los viajeros a Europa a mediados del siglo XIX y tanta su curiosidad y ánimo de extranjería o al menos de innovación.

Tengo un amigo colombiano, de Pereira, la capital del Eje Cafetero, que desayuna café con leche y jamón y queso y casi siempre arepas. Vive a la sombra del mamotreto de Bofill, el edificio Walden de Sant Just Desvern, aunque un poco más arriba, y se levanta cuando cuadra, porque trabaja a turnos, y desayuna o come con apetito y con nostalgia y la mayor parte de las veces con convicción, por ese orden.

Su padre, de nombre Ovidio y vendedor ambulante de profesión, recorría hasta no hace mucho los pueblos de la región, Risaralda, con su carreta llena de pan blanco y tortas de maíz y dulces y confites. Llena de dos culturas y de esfuerzo y de sonrisas, seguramente, pero sobre todo de ganas de vender. Ahora, a los sesenta y dos años, no se mueve de su silla de plástico color verde maíz, a la puerta de su casa, y saluda a sus vecinos y les dice, descubriéndose de su gorrita color trigo, que su hijo vive en España y tiene un buen trabajo y que él, algo enfermo pero sobre todo decaído, ya no tiene que andar por los pueblos ni que pelear con los guardias ni que ahuyentar a las moscas ni discutir con las mujeres. En su paraíso, y también en el de su hijo, vecino de Sant Just (o a lo mejor de Esplugues), hay más maíz que trigo, más manteca que aceite y más salado que dulce. Es un paraíso estrechito, de dos calles como mucho, como un sándwich de jamón y queso crema o como una arepa, untuoso, repetido, con algo de bruma por las mañanas hasta que el sol le hace volver al patio de atrás para hablar de la fugacidad de la vida o quizás para beber una gaseosa fría, a sorbitos.

El patrón de la harina de trigo, de los molineros y de los panaderos seguramente debe de ser el poeta Virgilio, aunque no de todos (los franceses, tan suyos, deben de tener oros patrones laicos para sus naufragios y sus baguettes: quizás Albert Camus o a lo mejor Jacques Derrida, también medio argelino). Pero esta mañana estoy un si es no es conmemorativo y le pido al gobernador de la ciudad de Pereira un monumento honrado, rotundo, bien fundido, con una carreta y un vendedor de arepas y de pan blanco, de dulces y de confites. Cerca del aeropuerto, para recibir a los turistas despistados, a los devoradores de Derrida, de Galdós (los garbanceros) e incluso de Andrea Camilleri, los más gastrónomos y más impertinentes. Un monumento a las dos culturas, a la emigración y al exilio, interior y exterior. ¡Toma ya!

Sunday, January 31, 2010

SUB NOCTE PER UMBRAS



Estaba a punto de anochecer. Poco después de la seis he descartado una bodega, una tienda de delikatessen, una panadería de barrio, un bar de tapas navarro, otro asturiano, acuciado, más que atrapado, por un ataque repentino de hambre. Casi no había comido y he pasado una tarde entretenida pero agotadora, un tanto metafísica por no llamarla espiritual a secas. Y bastante atropellada.

El hambre ha vuelto ante un bar anodino, con una de las persianas medio bajada, a media asta, casi vacío y con una pantalla de televisión enorme, un partido de fútbol desabrido, cuatro clientes, o quizás cinco, solitarios frente a su cerveza y su pantalla de televisión y a lo mejor frente a sí mismos, y dos camareras orientales que me han ofrecido, mudas, una carta sobada con una lista interminable de bocadillos, hamburguesas con queso, con cebolla, con pepinillos, lomo con bacon, con cebolla, con pepinillos, salchichas de Frankfurt, cervelas, longaniza, atún, caballa, jamón y más queso, cebolla y pepinillos.

He optado por un sándwich vegetal que han elaborado minuciosamente, a la vista, con un primor al que no estoy acostumbrado. Me había olvidado. El vegetal, claro está, no era tal, surcado como estaba de aceitunas verdes, migas de atún, dos anchoas y unas láminas de huevo duro. Salpicado.

No estaba malo el bocadillo solitario en un barrio ignoto (un barrio demasiado lejos del mío) y con acompañantes mudos e inmóviles ante un partido de fútbol aburrido, lánguido.

Resulta, después de todo esto, que me he acordado de mi diario, este mismo, que la mayoría de las veces me da miedo visitar. Y voy y lo hago, y cuento que mi bocadillo tenía demasiado poco entusiasmo, demasiada tristeza, demasiada luz de bajo consumo.

Me ha costado dos euros con cincuenta y la caña un poco menos. La melancolía era gratis.

Wednesday, January 27, 2010

EL ECO DE SITGES


En la segunda página del número del 12 de mayo de 1968 de El Eco de Sitges, emérito semanario fundado en 1886, apareció un anuncio del Restaurante Fragata que no podemos resistirnos a copiar:

“Restaurante FRAGATA se complace en participar a sus clientes y público en general, que a partir del sábado día 18 de mayo, y durante toda la temporada estival, las cenas estarán amenizadas por la pianista Rosa Mir, dentro de la línea melódica propia de un restaurante de categoría, sin que ello signifique, en modo alguno, la celebración de baile ni la transformación del establecimiento en sala de fiestas o cualquier otra actividad de tipo similar contraria a nuestra actual línea comercial”.

Olé nota de prensa. Y bien por sus principios, por la categoría del restaurante y por la línea melódica habitual. Para sí quisieran esa rotundidad y ese convencimiento muchos de los restauradores que gustan de nadar en lo ambiguo, algo que puede parecer postmoderno pero que no es ni línea comercial ni nada. Y no miramos a nadie.