Monday, December 21, 2009

PASODOBLE TORERO



Hace un rato les he enviado a mis amigos, a algunos, no a todos, ese mismo traje de luces para desearles una feliz Navidad (de luces) y más o menos he hecho una declaración de principios. No tengo nada de lo que esconderme, por lo menos hoy. Mi gin tonic está bastante bueno, estoy a punto de cumplir con casi todos mis compromisos navideños, esta casa no hay quien la caliente pero estoy a gusto, me sigue gustando escribir, los cigarrillos con filtro, los toros, la tortilla de patata, el silencio de mi calle, el café de mi vecina y poca, poquita cosa más. El pasar del tiempo, el devenir, me ha hecho más sedentario, casi monógamo y aproximadamente fiel. Por lo menos a todo lo que he ido aprendiendo en estos años, bastantes ya.

Por eso, ya lo digo en mi mensaje navideño, esta noche en que me siento entre conmovido y despiadado, me atrevo a desearles a todos Ustedes, lectores casuales o fieles o vete a saber, que el año que los altos poetas nos presentaban en carroza, vestido o revestido, según cuando, capitaneado por ese Enero helador y bienaventurado (lo tiene todo por ver), ese año, sea tan luminoso como el traje de alguno de mis compadres.

De corazón, feliz Navidad y un hermoso Año Nuevo.

Wednesday, December 16, 2009

MIÉRCOLES 16 DE DICIEMBRE DE 1925



Esta mañana me ha llegado el libro Classes de Cuina (Clases de Cocina) del Curso 1925-1926, dirigidas por Josep Rondissoni, que he comprado en una subasta hace unos días, a muy buen precio. El libro es precioso y está en bastante buen estado. No tiene ilustraciones, como es debido, y se trata del recetario de uno de los cursos que impartió Rondissoni en el Institut de Cultura de la Dona de Barcelona, casi día a día, los días que había clase, vamos.

Tengo aquí al lado el Culinaria, en una reedición, del que creo que ya hemos hablado otras veces, pero que también se puede encontrar la edición original. Da igual. El recetario que tan bien se ha conservado huele a libro viejo, claro está, pero he podido adivinar un deje a fumet bien hecho, a salsa financiera, a crema inglesa y en el fondo quedaba, como flotando, un leve aroma de Myrurgia del ama de casa, de esa señora culta que dedicaba alguna tarde a la clases del señor Rondissoni, que hablaba un buen catalán y un buen castellano y un buen francés, que a lo mejor iba a cenar a la Maison Dorée y que, a lo mejor también, tenía un palco de propiedad en el Liceo y una peinadora que la visitaba cada mañana y el modisto en la Rambla de Cataluña, en un entresuelo.

Y lo que son las cosas, el 16 de diciembre de 1925 también cayó en miércoles y el señor Rondissoni se largó, en su clase, con un capón relleno y trufado, algo prolijo pero con un toque (varios toques) locales espléndidos que seguramente le voy a copiar hasta para ese pollo del otro día, revisitado: el tomillo y el laurel antes del jerez y cosas así.

A lo mejor el capón relleno y trufado está reñido con la cordura. Pero en 1925, en ese buen catalán apenas manchado por una nostalgia que todavía estaba por construir, la cordura tenía un horario de clase, magistral, y la cocina ya era un hecho cultural (me ha salido así de rotundo pero es que realmente lo pienso así. ¡Qué le vamos a hacer!).

Thursday, December 03, 2009

POLLO CONSIGO MISMO



Me gusta el pollo. Casi tanto como el pan, las malas ideas, l’amour l’après-midi o el alioli verde que me ponen unos amigos para mojar los caracoles. Verde como el trigo verde, como el verde, verde, limón, como la memoria (verde) de una anochecer lento y hermoso, como ese secreto que no sabe a alioli ni falta que le hace (mis amigos, catalanes, gastan aceite andaluz pero no se lo dicen a nadie),

Mi pollo puede ser el pollo del todo el mundo aunque menos blanco y menos grasiento. Tengo (y tener es un decir, un denominar, vamos) un carnicero medio gitano, gitano de madre, limpio como una patena, joven, sonriente, hablador y muy buen vendedor. Me guarda unas pechugas oscuras, a mí que lo que más me gusta es el muslo, pero le hago caso y sólo le pongo su poquito de sal y su chorrito de limón para que se arranquen en una especie de silbidos en la parrilla, que unto con su grasita de cerdo para que no estén tan solas y se hagan con amor.

Es lo que he comido hoy. Una patata cocida, una si es no es de escalivada y un alioli verde para que la pechuga, además de amor, tuviera compañía. Son las cosas del querer. Y, qué quieren que les diga, puede ser que las del contar.