Como sin pensarlo y para colmo a pleno sol. No hay nubes oscuras, ni una siquiera disfrazada de gazpacho o de raja de melón o de eclipse total, dentro de poco, de ese melón por la sandía.
De Virgen a Virgen, desde la Virgen del Carmen hasta la Asunción, pasando por el Apóstol, por San Joaquín y Santa Ana, por Santa Marta con la mirada casi atónita y por San Lorenzo en la parrilla, los calores son unos y trinos, bien o malaventurados pero casi siempre inmisericordes, aunque humanos, fieramente, como el ángel de Blas de Otero. Mala cosa esperar sin paciencia las sandías de San Roque y el agua milagrosa de San Magín para paliar el insomnio a la hora de la siesta. Miento como un bellaco: duermo más que nunca y prefiero el melón a la sandía, sobre todo para llevarle la contraria a mi psiquiatra y a don Josep Pla, que renegaba del melón porque le sonaba a podredumbre.
Escribir, como tantas veces, por escribir. Para que no se quejen ni Pep Giné ni Anton París, que no se quejan, y para dejarme llevar por la pobre Nelly, de Adelson e Salvini, a estas horas en que los lamentos (o las arias) no son más que una excusa. Para escribir para todos Ustedes, amantes de la siesta, del gazpacho, del melón y de esta modorra que no hay silencio que la rompa. ¿O se trata de ruido?.