
Manuel Vázquez Montalbán escribió en el Prólogo al libro de Andrea Camilleri Un mes con Montalbano que “…la vanguardia de los lectores, (es) hoy mucho más determinante que la vanguardia de la crítica, por mal que les siente a algunos críticos empeñados en identificar al público con el mercado para desacreditarlo como juez”.
Tanto el prólogo como el libro son excepcionales, de la mano de dos espléndidos escritores empeñados, ambos, en escribir bien y en comer bien. Empeñar no es el verbo ni empeño, creo, su actitud. Más que empeñados, dedicados en cuerpo y alma pero como quien no quiere la cosa. A comer bien, a contarlo mejor y a decir verdades como puños o como puñados de garbanzos, que viene a ser lo mismo.
El sábado pasado
Manuel Vicent nos despertó desde el cada vez más infumable
Babelia, el suplemento “literario” de
El País, con
un artículo de los que hay que guardar, en el corazón, desde luego, y posiblemente cerca de la cabeza. En la garganta, por ejemplo. Lo dedicaba a
Juan Benet y a
Luís Martín Santos y de paso, o eso me pareció, a
Camus, a
Sartre, a
Joyce y a don
Pío Baroja. De ahí he sacado el título de esta entrada que flambea como un buen soufflé junto a los “portales con olor a berza”, “las tascas aceitosas” y “los escaparates galdosianos poblados de bragueros, suspensorios y piernas ortopédicas”. Y así nos mete, también como quien no quiere la cosa, de lleno en Madrid y en la posguerra y en las lizas o las lides o los pleitos, literarios, de los dos escritores. ¡Qué bien escribe Manuel Vicent cuando le da la gana! Y qué bien hacen los escritores la crítica literaria.
Por eso me gustan más, mucho más, lo que escriben los comensales y lo que piensan los cocineros que lo que hacen los críticos que continúan aburriendo con sus puntuaciones absurdas (“Café, 5”, “Aseos, 4”), sus valoraciones obsoletas y, lo que es peor, con unos libros que tienen todos la misma bibliografía final y que recogen recetas manidas y remanidas, refritas y sin derecho a cocina. Después del libro de Perucho y Luján díganme Ustedes tan siquiera un manual que no sea aburrido hasta la muerte (ya sé, ya sé, doña Inés Ortega, incluso don Manuel). Pero poco más.
Por eso leo novelas policíacas donde se habla de crímenes y de cocina, que a veces es prácticamente lo mismo.
N.: La ilustración corresponde a una garbanzada canaria y la he puesto en recuerdo de don Benito Pérez Galdós al que Valle Inclán llamaba, con toda la retranca del mundo, Don Benito El Garbancero.