
No tenía ganas de nada. Le había entrado frío de repente, había encendido la estufa y ahora estaba como atontada, sin ganas de empezar la carta y con los pies fríos. Había acabado hace un rato un serial nuevo, Simplemente María, menudo nombre, y las ganas de no salir y todavía seis faldas por terminar, seis, y las ganas de acabar con todo.
Cogió un sobre de los buenos, de los de papel-tela con un forro morado, y tachó con mucho cuidado el membrete pero aún así todavía se podía leer al trasluz lo de “Junta Provincial de la Mutualidad Nacional de Enseñanza Primaria. Barcelona”. Dejó el escudo de España porque le pareció que quedaba bonito y se frotó las manos. No está mal.
Se lo pensó mucho, con la pluma en ristre, y tachó dos veces el encabezamiento. Ya lo pondré en limpio. Un borrón en “Querido Miguel” y los dedos manchados de tinta azul. Que no hay quien la quite. Desde el patio se oía cantar a una niña un villancico antiguo y seguramente fronterizo. Entre Aragón y Cataluña. Querido Miguel. Y la soledad y las patatas al fuego, que no debe quedar casi agua, y los ojos escocidos, de no pensar en nada. Como yo digo, Julita, de tanto pensar se te van a quedar los sesos secos.
Querido Miguel, no hace falta que me contestes ni que me veas nunca más, lo siento, y el cazo empezó a chisporrotear, desde la cocina empezó a llegar un leve olor a quemado y Julita se quedó quieta, respirando poquito, jadeando, con los pies aún más fríos.
Si es verdad lo que me han dicho, que te vieron el martes salir del Principal Palacio con uno que es medio gitano, uno que vive en la calle del Carmen, no quiero que nos volvamos a ver nunca más.
Tachó lo de la calle del Carmen, se levantó y fue despacio hasta la cocina, arrastrando los pies, y apartó con un paño el cazo con las cuatro patatas que ya habían virado del tierra de siena al verde veronés, requemadas, encogidas, asfixiadas, boqueando como sardinas.
Me han dicho que te vieron salir de un cine con una mala compañía. Volvió a tachar lo de mala compañía porque le parecía de monja. Mejor poner que le han visto varias veces rondando por la calle Escudellers, o por Montjüic. Tampoco.
Querido Miguel, no me creo lo que las malas lenguas van contando por ahí sobre ti. Se le habían secado los ojos. Julita, se te están secando los ojos lo mismo que los sesos. Rompió el papel en pedacitos pequeños, guardó la pluma, miró al techo, a la estufa, al tintineo del fluorescente de la cocina. Y se acercó despacio, iluminada, tiró las patatas veronés y peló cinco, seis, siete, diez patatas oscuras como el parque de Monjüic, tortuosas como la calle Escudellers, tremendas como los urinarios del Principal Palacio, prietas como las tabernas del Arco del Teatro y las cortó en trozos medianos, a cachos, desiguales, las desgajó antes de acabar el corte y se puso a preparar el estofado Miguel, con cebolla y zanahorias y falda de ternera que tenía troceada.