
Tengo una cocina ni grande ni pequeña, tampoco tan luminosa, con demasiadas trastos por medio, algún artefacto de más, cosas útiles y auténticas idioteces como la mesita para la cafetera de brazo que sólo tiene encima una cafetera no muy grande y detrás una foto enmarcada y los tarros del café y una azucarero antiguo de La Cartuja pero que siempre (la mesita, los tarros, el azucarero) se mueven al pasar porque un poco más allá está la lavadora y queda poco sitio y entonces pienso, al segundo tropiezo, ¿para qué quiero esta mesita sólo para la cafetera?. Pero resulta que la mesita me gusta.
Mi casa es mediana tirando a grande pero está mal aprovechada, más o menos como mi vida (también mediana y tirando a desmesurada). Almaceno cosas por el placer de hacerlo, no para usarlas, y también porque forma parte de mi oficio. Del real y del inventado. Los libros no me comen, se alimentan solos, de sí mismos, y además me sirven de aislante tanto del frío como del calor, lo mismo que los cuadros, cientos, unos al lado de los otros, en el peor gabinete de coleccionista que se pueda imaginar. También tropiezo con una escultura, mala pero bonita, al entrar en el cuarto de baño y me tengo que duchar deprisa para no estropear una especie de dosel de damasco que cuelga delante de la cortina. Pero me ducho cada día y duermo en una cama aparentemente normal (el colchón no tiene ni seis años) y cocino de vez en cuando, esquivando los obstáculos, intentándome olvidar de los prejuicios, procurando poner un poco de orden en este desaguisado (hermosa palabra) que comenzó al cumplir justo cincuenta años.
Todo esto viene en vez de una entrada que me había propuesto ayer noche para hablar, bien y mal, de los blogs gastronómicos, de los blogueros, de sus pompas y a lo mejor de sus circunstancias. Porque escribo, desde mi cocina, porque esto es un blog para blogueros y otros entusiastas, para amigos y conocidos, y no guardo nada: así que, cuando se suprima, que lo haré, no quedará nada. Y eso no es que me guste, es que me pone.
Lo que realmente me aburre es la sinrazón, la vacuidad, el pleonasmo, el más de lo mismo y la discusión de club de jubilados. Afortunadamente todo esto es etéreo (está en el aire) y se trata de pura ilusión. Y en el fondo, al final, como conclusión, incluso como orgasmo, la mejor tortilla de patatas, los mejores pimientos rellenos, el mejor daiquiri, el mejor poema o la mejor cantata (esa que está sonando ahora en mi pobre Sony grande y negro, un poco a lo lejos, y que me sigue robando el corazón).