He pasado parte de la tarde con un conocido pintor y grabador, juvenil octogenario y buen amigo, con el que andamos con algún asunto de trabajo. En uno de los lances de la conversación, durante la que han ido apareciendo datos preciosos y alguna anécdota muy sabrosa, hemos ido a parar a la primera posguerra y a la cocina de la casa de sus padres.
Su señora madre había conseguido no se sabe donde, y el artista me ha hecho un guiño, doce o quince kilos de garbanzos que fueron a parar, en un saco de tela de algodón, a una alacena abierta, con baldas de madera y poca cosa más. En el estante superior se alienaban dos o tres latas de zotal, el poderoso desinfectante de casas y a lo mejor de conciencias, que montaban guardia para situaciones apuradas. La cuestión es que una de las latas se ladeó y, mal cerrada, se fue vertiendo sobre los pobres (¡los ricos!) garbanzos que esperaban su consumo latente en múltiples comidas familiares: ¡horror!, ¡desesperación!.
La familia entera se puso manos a la obra y efectuaron no uno sino más de diez lavados y secados concienzudos, oreados y supongo que alguna plegaria se elevó a la patrona del pueblo para que no se echaran a perder.
Los cocidos, cuenta mi amigo, sabían bien, con más o menos carne pero sobre todo con muy buena intención. Pero mi amigo, desde luego, nunca más tuvo lombrices: desinfectado para siempre.
16 comments:
Realidad o ficción, es bueno, pero si es histórico tiene mejor sabor.
Pobres lombrices.
(Creo que) es absolutamente histórico: algo parecido pasó en casa de don Pío Baroja, en la pensión que regentaban las hermanas del general Fanjul, en la despensa del regimiento de Infantería Badajoz número 26 (arrestaron a un sargento y a dos cabos), en un trastero del colegio de La Medalla Milagrosa, en las cocinas del la Antigua Fonda de Verdú, en casa de Merceditas Alonso, buena amiga mía, en Santander, en Logroño, en Plasencia y en Alcázar de San Juan. En fin, un poco en todas partes.
Me abrumas con los antecedente. Ya no me cabe la menor duda de la relación entre los garbanzos y el Zotal.
Y yo preocupándome por la fauna intestinal.
Jjajajajja, qué buena anécdota, Manuel.
A mí el zotal me recuerda a los "cabinets" de la Escuela Francesa, qué terrible¡¡¡
escatológico de todas maneras.
Pues sí, Aparis, puedo seguir inventándome sitios que, total, a estas alturas ya da igual: el cobertizo que había detrás del cuartelillo de Figueres (antes Figueras), la alacena de una de las asistentas de Pilar Franco que vivía en una aldea de Cabañas, cerca de Pontedeume (antes Puentedeime), el almacén de ultramarinos de don Conrado Casas y Vicent, en una esquina de la calle de Muñoz Degrain de Cullera, y así hasta el infinito dando vueltas y revueltas por el solar patrio (Nota: don Pío tenía un asistente que se llamaba Félix, del que contaban que tenía costumbres licenciosas, que una vez fue visto cambiando, en unos billares de la calle de Carretas, un saquito de garbanzos por varios paquetes de picadura, cosa que no sé si tiene algo que ver pero que seguramente es un dato a tener en cuenta).
Ya ves, Delantal, después de todo esto resulta que toda la posguerra, y sobre todo la primera, fue excesivamente escatológica. Hasta 1949, más o menos.
Amigo Manuel:
Tu curiosa historia de los garbanzos con zotal me ha recordado que, más o menos en las mismas fechas, siendo niño fui con mi madre a comer a casa de una amiga que vivía en Gracia y, con mucha ilusión prepararon un arroz marinero con sus mejillones y todo. Ocurría que le añadían sal de cuando en cuando, pero seguía sabiendo dulce. Finalmente se dieron cuenta de que lo que usaban no era sal, sino trisódico.
Después de consultar al farmacéutico para recabar su opinión, no les quedó otra opción que conformarse con la ensalada y lo que quedara –que supongo sería poco, ya no lo recuerdo- y hacer de tripas corazón.
Un saludo,
Sebastián Damunt
Amigo Sebastián: ¡Menuda la liaron tus amigos!. Creo que Ágata Christie le suministró a alguno de sus asesinados fosfato trisódico con el pastel de riñones o algo así. Ya se ve que hay que tener cuidado incluso con los recuerdos.
En mi casa aparece con recurrencia quinquenal la siguiente conversación sobre las infancias de la posquerra:
- Madre: Pues en el pueblo (Torremejía, Badajoz) solo teníamos garbanzos. Nos pasamos no se cuantos meses comiendo solo garbanzos. Estaba hasta la coronilla de los garbanzos.
- Padre: Pues que suerte!! En las barracas de la Barceloneta (luego migraron al barrio de 'El polvorín') nos comíamos las flores de los solares. Lo que hubiese dado yo por comer no digo garbanzos, sino comer cada dia.
Así que si la familia de mi padre pilla esos garbanzos, no les quita ni el Zotal.
Todo es salsa que dicen.
Con pan son menos, dicen.
Torremejía, el pueblo de Pascual Duarte (al que le dediqué un post antiguo, al pueblo y al personaje) siempre me ha parecido el emblema de una posguerra feroz, de una posguerra interior bastante despiadada.
A las penas, querido amigo, ¡gazpacho!
Mis abuelos se vinieron a Barcelona, pero creo que los primeros años de 'limpieza' los pasaron allí.
Feroz debió de ser.
Ahora, que han vuelto y viven en el pueblo, todo es blanco y con cigarras. Pero tranquilo.
Me encanta.
Blanco y precioso, con gazpacho en verano, migas en otoño, caldereta de cordero en Pascua y, sobre todo, ¡patatera todo el año!
(Un señor de Olivenza que tiene un bar pequeñito cerca de mi casa me puso de tapa el otro día dos buenos trozos de un chorizo "amorcillado", así lo llamó él, casi negro: Entre chorizo y morcilla, muy compacto y un puntito dulce: espectacular. Voy a tener que seguirle la pista a ese chorizo).
Viva la patatera, el chorizo amorcillado, el chorizo blanco y las mujeres extremeñas!!!!!
¡Que vivan!
agatha christie estaría orgullosa,...
La vieja Agatha, de todas formas, lo hubiera puesto como relleno de unos bombones o en el té.
Post a Comment