Monday, March 08, 2010

DESPACHO DE VINOS



En un cuento antiguo e ingenuo don Pío Baroja escribió, con esa “letra menuda, firme, regular, sobre unas cuartillas cuadriculadas”, como contaba Azorín, la historia de Pachi, de mal nombre Pachi-Infierno, el amigo de un tabernero de pueblo que murió malamente de una pulmonía doble y del que su viuda heredó el despacho de vinos y siete hijos que malvivieron entre frascas de vino aguado, chatas botellas de aguardiente de hierbas, arenques secos como la mojama, polvo de la carretera y barro, mucho barro cuando se ponía a llover. Y no paraba.

Pachi era sepulturero de oficio desde que volvió de las Américas, que no hizo ni mal ni bien, sólo regular, y cuando la tabernera murió de fiebres puerperales tras el parto, viudo, de su octavo hijo, se hizo cargo de los más pequeños a los que llevó a vivir a su casita del cementerio. Y entonces plantó hortalizas entre las losas, de cualquier forma, y crecieron con tal hermosura y abundancia que un compadre las llevaba a vender cada jueves en el mercado, sabrosas, orondas, excepcionales.

El cuento, que don Pío tituló Las coles del cementerio, tiene su aquél, pero casi casi se queda sin moraleja. Y con un telón de fondo pobrecito y como aguado. Deslavado, como dice un amigo mío de las cosas insípidas y con poco color. Los caracoles que frecuentan las tapias de los cementerios suelen ser excepcionales. Y los espárragos que crecen en los muretes que están de espaldas al mar. De eso habla un poco don Pío, tímidamente, tapándose la nariz, ese poquito a pelo y el otro poco a pluma. Pero los Baroja, casi todos ellos, vinieron poco después a enmendarle la plana o a redondear el cuento. Don Ricardo con sus aguafuertes y a lo mejor don Julio Caro con sus historias. Da igual. Esta tarde ha llovido aquí de lo lindo y he pensado que le venía bien un poquito de color barojiano. De espaldas al mar. Sin coles ni espárragos ni caracoles. A lo mejor con un vinito un poco aguado y un cuento aguardentoso de verdad de don Ernesto Hemingway. Ya veremos.

6 comments:

starbase said...

Pues yo ayer fue una de las veces en que con más intensidad he vivido la conexión digital.

Al revés del deslavado, todo eran comunicaciones a toda velocidad. Fotos p'arriba, emails p'abajo, facebooks a tuti plen...

Un fenómeno curioso que mañana ya no será fenómeno.

manuel allue said...

Los tiempos cambian, querido amigo, y de qué forma. En tiempos de don Pío las cosas eran lentas y para ir del caserío a la taberna, por ejemplo, se tardaba un buen rato: se tenían más hijos, se comían más coles, se hablaba menos.

aparis said...

Qué difícil saber leer y cuanto más escribir. Hemos perdido el hábito de la reflexión previa a la escritura. La inmediatez nos ha mejorado en muchos aspectos, pero nos ha despojado de la trascendencia de lo que se escribe para ser leído en silencio. La palabra muda de los libros o de las cartas de antes, escritas o leídas a varios días de distancia.

Sigue transmitiéndonos tus lecturas.

manuel allue said...

Seguimos hablando de tiempo, claro está, que parece que nos falta porque seguramente lo usamos mal. Yo, por ejemplo. Aunque tampoco me parece mal despilfarrarlo, quede el que quede.

delantal said...

ab yo en la recalcitrante soltería de D. Julio, míra tú por donde.
Para mi gusto no es nada insulso lo que cuentas del cementerio y las coles, de los 8 hijos entenaos de Pachi.
No sé si me gusta la historia de D. Pío o la tuya.

manuel allue said...

Bueno, Delantal, yo hago lo que puedo y a veces me lo invento un poco. El cuento de Pachi es más o menos así. Más o menos. Pero mira por donde me parece que don Pío se queda un poquito corto. Algo así como Josep Pla, otro soltero empedernido (misóginos ambos, seguramente) que dejaba las cosas como colgadas. Concluía (planteamiento-desarrollo-conclusión) pero te sabía a poco. En fin: cosas de las mañanas de invierno.